Tal como viene la actualidad, entre guerras, inflación y alarma energética, encontrar una buena noticia en los medios de comunicación es como hallar una aguja en un pajar. Sin embargo, las últimas investigaciones en la lucha contra el cáncer son más que esperanzadoras. En el último Congreso de la Sociedad Europea de Oncología, se presentó un método de diagnóstico con resultados muy alentadores: un simple análisis de sangre podría detectar hasta 50 tipos de cáncer. Es una obviedad, pero vale la pena incidir en ello: ¡antes de que se manifiesten los síntomas! Desde luego, se encuentra en fase de investigación, pero con muy buenas perspectivas según lo anunciado.

Todos conocemos personas que luchan o han luchado contra este gigante invisible y poderoso. No hace falta explicar todo lo que esta enfermedad supone, no solo para el paciente, sino también para aquellos que lo rodean. Tampoco es una novedad recordar la gran cantidad de personas que han muerto durante este último año por la falta de un diagnóstico temprano. Según la Red Española de Registros del Cáncer, en 2020 se dejaron de diagnosticar un 20% de los casos. No hay más que prestar atención a nuestro alrededor. La sanidad pública española, con un despliegue de medios nunca vistos hasta la COVID-19, dejó la salud de la población en stand by, como si la gente en los últimos años solo pudiese morir a causa de este virus.

¿Qué nos encontramos ahora? Nada que ustedes no sepan. Nuestro sistema sanitario continúa tras la estela de la pandemia con una parsimonia desquiciante: ¿citas telefónicas para diagnósticos de enfermedades? ¿De verdad? Sí, y lo saben. Semanas de espera para cualquier contacto con un médico de cabecera, especialistas de cualquier tipo a meses vista y prácticamente inaccesibles, urgencias desbordadas… Urgencias donde puedes llegar rabiando de dolor con un cáncer de hígado silencioso no diagnosticado y que el médico de turno se niegue a realizarte una ecografía. Eso le sucedió a mi suegra. A la semana siguiente de esta decisión, ante la inevitable gravedad, por fin, urgencias sucumbió ante el sentido común y la realización de todas las pruebas como es debido: tenía cáncer y estaba terminal. Esto sucedió en junio, en el Hospital de la Ribera de Alzira.

Sinceramente, no entiendo cómo la ciudadanía no sale a la calle. No entiendo cómo nos resignamos al derrumbe del sistema sanitario español que mantenemos con nuestros impuestos y al que prodigamos reconocimientos y alabanzas durante la pandemia. De verdad que no entiendo la pasividad que tenemos. No hay suficientes médicos, pero, al mismo tiempo, entrar en las universidades de Medicina supone una odisea para los estudiantes y debemos importar profesionales de Latinoamérica.

Desde mi punto de vista, no es un problema económico, sino más bien de desinterés y falta de organización. El Instituto de Estudios Económicos -think tank de la CEOE- estimó que la economía española podría reducir sus gastos "en un 14% y seguir ofreciendo el mismo nivel de servicios”. No sé cuál tendría que ser la fórmula, pero nuestro sistema de salud debería ser algo prioritario y bien cuidado. Y no lo es. No entiendo muy bien por qué, pero no lo está siendo, del mismo modo que la gente calla y protesta solo entre corrillos y en voz baja. Mientras tanto, la sanidad pública se derrumba y las clínicas privadas no dan abasto. Al final, señores, dentro de un tiempo entonaremos el bien conocido “entre todos la matamos y ella sola se murió”. Lo entonaremos furiosos, cuando ya la sangre haya llegado al río.