No sé si cuando se publique este artículo habrá que añadir a la sección de obituarios algún que otro nombre destacado. Desde hace unos días que no doy abasto con el negociado de defunciones notables. Desapariciones que según leo todas ellas han señalado este y sobre todo el pasado siglo veinte. Todo empezó con la muerte de la Reina Isabel II, que a la vista de las pompas y ceremonias que se gastan al otro lado del Canal de la Mancha la cosa funeraria habrá tenido su punto culminante el día 19 de septiembre. Repasando la crónica histórica, la reina de las reinas desde su proclamación en el año 1952 hasta su coronación, el acto donde se le endorsa esa corona imperial que pesa cerca de dos kilos, todavía tuvo que pasar más de un año. No sé las urgencias que habrá respecto a su heredero el ahora flamante Carlos III en ponerle la corona, pero no creo que dejen pasar un tiempo tan dilatado como a su antecesora, que tanto él como su reina consorte, la señora Camila Parker Bowles —quien lo iba decir— no están para muchos saraos.

La desaparición de Isabel II ha desatado un torrente de titulares, muchos de ellos haciendo hincapié en su carácter de figura singular y notable del siglo XX ( y lo que llevamos de este). Es curioso porque la desaparición, solo unos días antes, de un estadista como Mijaíl Gorbachov, que propició la caída del Muro de Berlín y con él todo el bloque soviético de países del llamado Telón de Acero, transformando la historia del siglo XX, no haya merecido ni la quinta parte de titulares y atención mediática que la reina que amaba los caballos y los perritos de raza Corgie. A una escala menor y reducida a la sección cultural, otro tanto podríamos decir, por aquello de figura señalada, de la desaparición hace unos días del fotógrafo americano pero francés de adopción, William Klein, «el creador que revolucionó la fotografía» como destacaban algunas informaciones. Pintor, grafista, realizador de cine, entre otras ocupaciones, Klein sobresalió siempre por su mirada transgresora en cada una de las disciplinas donde asomó su nariz o su cámara. Sus fotografías de un universo tan caprichoso como el de la moda siguen llamando la atención por su libertad creativa. A Klein se sumaba solo con un día de separación, el anuncio de la muerte del director Jean-Luc Godard. Otra vez los titulares no podían evitar su singularidad: «El realizador que ha cambiado el cine» o «el director que revolucionó el séptimo arte».

Mis descubrimientos godardianos están ligados a las sesiones de Filmoteca, aquellas primeras proyecciones que si mal no recuerdo, se realizaron en el desaparecido cine Xerea y la visión, aquí habría que decir epifánica, de «A bout de souffle» ( o Al final de la escapada ). Imposible no enamorarse de la pareja Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg. La lista se fue ampliando con otros títulos, «Pierrot le fou», «Bande a part», «Une femme est une femme» y sobre todo «Le Mèpris», una película que todavía de vez en cuando me gusta volver a ver. Es conocida la anécdota, que pone de manifiesto la genialidad del realizador, cuando acabada la película el productor le recriminó que la protagonista, ni más ni menos que Brigitte Bardot, apenas saliera desnuda. Godard en menos de una semana se inventó una obertura cinematográfica con el cuerpo desnudo de la estrella en primer plano mientras su pareja protagonista, el actor Michel Piccoli va respondiendo a sus preguntas sobre qué parte de su cuerpo le gustan más. La música de Georges Delerue acabó señalando la secuencia como una de las oberturas más luminosas de la pantalla del siglo XX.

Dejando el capítulo de defunciones Vip y volviendo al pan nuestro de cada día, no a la cesta de básicos que la vicepresidenta Yolanda Díaz pretende poner en el mercado y que las patronales de la distribución han dicho que ni Naranjas de la China y de paso dando hurras al «libre funcionamiento del mercado», el pasado duelo dialéctico en el Senado entre el Presidente y el aspirante, el señor Núñez Feijoo, ha dejado comentarios para todos los gustos. Mientras unos acusaban a Sánchez de «pasarse de frenada» otros destacaban el «meneo» recibido por el político gallego y cabeza de la oposición. No sé si el señor Núñez Feijoo salió de la cámara noqueado o con la misma cara de estupefacción que yo pongo cada vez que leo en la sección de frutas del super: «Sandia fashion». ¿ A qué mente exquisita se le ha pasado por la cabeza semejante denominación? De haber vivido en nuestros días don Ramón Gómez de la Serna seguro que en su ensayo sobre la cursilería tendría ganada esta «sandía fashion» una buena entrada. Al lado de una denominación valenciana como Meló d’Alger, insuperable semántica lírica rebosante de mediterraneidad, la verdad, esta «Sandia fashion», por mucho que le hayan dejado sin las engorrosas pepitas, no deja de ser una denominación bastante vulgar e insípida, eso sí, con pretensiones.

Acostumbro a cortarme el pelo en una de estas barberías o peluquerías que detentan de un tiempo a esta parte nuestros vecinos pakistaníes. Como la última vez fue antes del verano, me había olvidado de algunos de sus hábitos. Me encontraba dispuesto y a punto a que me pasaran las tijeras por la cabeza cuando de repente de la radio comencé a escuchar una voz que medio recitaba, medio cantaba, una especie de plegaria que por momentos parecía hermanada con aires flamencos. Descarté que se tratara de Cadena Dial. No me acordaba a que esas horas , eran las nueve de la mañana, el personal de la peluquería comienza la jornada escuchando las oraciones que establece el Corán. Lo que también me llamó la atención fue el silencio por parte de todos los que estaban allí —esperando que les pasaran la máquina de afeitar— mientras se escuchaban las oraciones matutinas . Seguramente estaban más acostumbrados que yo a estas plegarias no atendidas ni esperadas por mi parte.