Pestoso, o pestosillo, es un término habitual en el argot del ciclismo para referirse a terrenos complicados para el corredor e inclemencias que en la carrera se dan. Y se trata de un adjetivo que te acaba conquistando, sobre todo cuando hay que referirse a graves cuestiones a las que se asiste sin tregua ni enmienda durante décadas, con la perspectiva que proporciona tener una provecta edad, cual columnas inamovibles apenas sogueadas por las opiniones públicas y publicadas que resbalan su fuste. Así, como homenaje al ciclista murciano Alejandro Valverde, que se retira tras quedar en el puesto 13 de la vuelta a España a sus 42 años, hemos de decir que nos parecen pestosos los últimos datos publicados, los mismos de siempre, sobre suicidios con éxito, muertes durante el trabajo, el denominado paro estructural, las hectáreas quemadas, los índices de pobreza y extrema pobreza, los peatones atropellados, los bañistas ahogados, etcétera.

Las estadísticas superan nuestro espacio, pero por ejemplo hay 475 fallecidos este año, hasta julio, por accidente laboral, 69 más que en 2021, y los suicidios de 2020, los del año pasado no los conoceremos hasta diciembre, fueron 3941, la mayor cifra desde 1906, y se calcula que suponen 11 muertes diarias, sin contar a los que quedan en grave estado. Si bien ello no obsta para que el debate social camine por derroteros de mayor interés, como los acontecimientos paralelos que han abarrotado medio septiembre con días y días de páginas e imágenes en directo de los medios de comunicación de masas hispanos: la muerte de la reina del teórico Reino Unido, Elizabeth de Windsor, o el cincuentenario del nacimiento de la consorte de España, Letizia Ortiz. Asuntos de escasa relevancia comparados con el virus corona, la guerra en Europa del norte o la crisis económica mundial galopante, se llame como se quiera. Un esperpento digno de la complutense calle de Siete esquinas. Se suma Cervantes con don Ramón María.

Algo parecido encontramos, si miramos al País Valencià, en el embrollo de los bous al carrer o correbous, que mientras escribimos han sumado 9 fallecidos por cogidas y que han removido a pueblos, empresas e instituciones, como si fuera algo novedoso. Igual ocurre con los accidentes de carretera, 225 muertos, que también hacen correr ríos de tinta que no se corresponden con los millones de coches circulantes en breves lapsos de tiempo. Y encima aparecen los aprovechados que usan cualquier cosa para tratar de hundir la tauromaquia y acabar con la industria agropecuaria ecológica del toro bravo, único animal mitológico vivo y cuya suerte sin duda es mejor que la de millones de animales en el planeta, sacrificados a lo bestia cada día. Pero eso es harina de otro costal, pues así mismo en las españas hay veinte millones de mascotas censadas y suponen a sus propietarios un gasto medio de mil euros anuales. La pobreza infantil sólo anda por los tres millones de nanos, etcétera.

Éticamente, lo mismo es un muerto que ciento, pero debemos priorizar los problemas más graves para más personas y más antiguos. Eso no nos impide entender que sea mejor recurrir a relatos prefabricados y a postverdades o metaversos, que a los boomers no se nos alcanzan, pues la realidad tradicional es tan bella como difícil o laboriosa y siempre cruel, fuerte como la muerte. Y el terreno pestoso persistiendo por ahí, creciente, ergo hay que sumarle la devastación que la pandemia coronavírica supone para nuestros mayores, con una incalificable mortandad (Grisolía, Marías…), y cómo tras la promesa gubernamental de compensarles, encontramos al valenciano Carlos San Juan diciendo al Congreso que es mayor, no idiota, frente a la todopoderosa banca, o a Mariano Turégano en Madrid denunciando ante el pleno de San Sebastián de los Reyes que su residencia es un infierno, llevando a Joan Manuel Serrat con Miguel Ríos nuevamente a la pancarta. Pestosillo es.