La clave de una guerra es el momento de la escalada. Esto es lo que diferencia la «guerra en forma» del viejo derecho público europeo respecto de todas las guerras contemporáneas, que tienen que contrastarse con la potencia de la movilización total. Hasta ahora, la guerra nuclear no ha sido parte de la lógica de movilización total. Su único empleo hasta la fecha tuvo el efecto contrario. Puso en el tablero bélico un arma tan cualitativamente diferente de las que estaban operativas, que detuvo cualquier intento de escalada. Eso llevó a la rendición de Japón. Curiosamente, puso nuevos límites a la guerra y marcó el terreno que permitía la gradación.

El carácter excepcional de aquel acto tuvo que ver con su eficacia de poner fin a la inmensa carnicería de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, tuvo un carácter sacrificial y fue integrado en la memoria del mundo como parte del relato de «nunca más». El carácter trágicamente paradójico de este hecho no ofrece dudas y por eso presenta todo el aspecto contradictorio de las cosas humanas. La muerte y el sufrimiento de cientos de miles de japoneses inmolados significó el alivio del mundo. Por eso, Estados Unidos ha sido mucho más criticado, con razón, por sus intervenciones en Corea, en Vietnam, en Chile o en Irak que por haber lanzado las bombas atómicas. Sólo el destino histórico posterior sospechó que la lógica que determinó el lanzamiento sobre Hiroshima y Nagasaki fue la misma que la que motivó guerras continuas posteriores. En 1945 eso no era evidente. Los Estados Unidos estaban liberando al mundo del poder más oscuro de la historia.

Este argumento tiene como aspiración sugerir que el lanzamiento de las bombas atómicas de 1945 constituye una experiencia contextualizada muy precisa. De ese contexto se derivó que Japón sea hoy un aliado sincero de USA y que los americanos no fueran repudiados por la comunidad de pueblos del mundo como un actor sencillamente genocida. Por el contrario, algunos podrían decir que por este medio se destruyó el poder japonés que no había dudado en llevar a millones de sus ciudadanos a una guerra injusta, ofensiva y expansionista. Aunque estas valoraciones puedan y deban ser objeto de viva discusión, resulta claro que las objeciones no implicarán nunca una condena unánime. Aquel acto tiene todo el aspecto de las argumentaciones dialécticas. Son internamente imposibles de concluir. No generarán nunca la unanimidad pacifista.

Ahora bien, imaginemos que el movimiento que ahora inicia Rusia sólo le lleva a comprobar la esterilidad de una escalada bélica en términos convencionales. No se necesita ser profeta para anunciar que eso se comprobará pronto. La guerra la va ganando Ucrania porque tiene un armamento más moderno y asesores occidentales que le enseñan cómo usarlo, además de servicios de información mucho más expertos que permiten un uso más eficaz de sofisticadas armas. Los que ahora son reclutados a la fuerza, por mucho que Rusia diga que solo movilizará a los que tienen experiencia militar, no van a ser tropas expertas. El movimiento de éxodo afectará a los que tienen más posibilidades económicas y los más preparados. No parece que este sea el camino hacia la victoria. Solo es el camino hacia mucha más muerte.

Pero lo importante es que Putin ha hecho explícito el anuncio de que defenderá los territorios pro-rusos de Ucrania con cualquier arma, incluida la nuclear. Puede que el reclutamiento tenga como finalidad instalar cientos de miles de soldados rusos en esos territorios. ¿Pero de verdad puede creerse que esos cientos de miles de soldados rusos sientan la causa por la que están combatiendo? ¿No vale nada aquello que Clausewitz llamaba el espíritu de la guerra, la disposición subjetiva a combatir que sólo puede emerger cuando se tiene plena conciencia de la justicia de la propia causa? ¿Puede Putin infundir, en las familias y en los soldados que ahora se dirigen al frente, la idea de que están llevando a cabo una guerra justa? ¿Y puede considerarse una guerra justa aquella que aborda un problema que puede resolverse de manera alternativa?

Este argumento llevó a la razón clásica a considerar como guerra justa sólo a la defensiva. El gobierno ruso no puede extender entre su gente esta idea. La propaganda puede hacerlo mientras a los ciudadanos se les pida pasividad. Cuando se le pida el movimiento íntimo de su voluntad, no podrá esperar de ellos la convicción que se requiere para arriesgar la vida. El Kremlin quizá esté midiendo mal los pasos porque puede que esté juzgando de forma equivocada la índole de su propio poder. Por mucho que su alianza con la iglesia ortodoxia rusa sea firme, será complicado en estos tiempos generar una determinación religiosa de la guerra de Ucrania, en realidad una guerra contra hermanos de religión. Zelensky lo sabe y aparece con camisetas sobre las que hay impresa una nítida cruz.

Así las cosas, una guerra nuclear en este contexto de guerra manifiestamente injusta significaría una sentencia sobre Rusia que la convertiría en un pueblo paria en el mundo. Que eso sucediera, sería responsabilidad de la nomenclatura que actualmente gobierna en Moscú. No podrá justificarse por ninguna razón basada en el bien del propio pueblo. Pura política de poder, tras un acto de guerra nuclear Moscú será irrelevante en el mundo. Ni siquiera los aliados de Rusia pueden permitir que eso suceda, pues significaría incendiar la espina vertebral de Eurasia.