La ministra Montero la ha liado parda con una de sus declaraciones. En realidad pienso que ella misma se lía delante de un micrófono y suelta lo primero que se le ocurre, sin caer en la cuenta de que una ministra es una ministra y que cada palabra será analizada con la perversidad habitual de cualquier oposición. Yo no sé si ha querido invitar a la despenalización de la pederastia, a su compresión o a su blanqueo, como ahora se dice en expresión que bien mirado no deja de ser de un racismo repugnante pues se trata de identificar el blanco con la belleza, y el negro con el oscurantismo y la maldad. Estoy por convencerme de que ni ella sabe exactamente lo que piensa, y mucho menos expresarlo. El caso es que la oposición se ha puesto de un enojo elevadísimo y pide su fulminante cese. No hay tregua ni comprensión hacia la falta de concreción o claridad en lo declarado. Para ellos, para la oposición, no se puede consentir una ministra que deje caer aquello del consentimiento de un o una menor o «menora»… a ser sobado o sobada por un adulto o adulta. Lo de consentir lo dicen, lo otro, no. Los conservadores gustan de economizar, también en el lenguaje.

Irene, la chica que ha alcanzado el grado de ministra, para el que ya vemos que no se necesita ser un Menéndez Pelayo o un Demóstenes, ha dicho algo que podría contradecir la campaña de acusaciones hacia los pederastas de la Iglesia Católica, por ejemplo. Y estoy completamente seguro de que esta chica jamás de los jamases indultaría a un cura con esa perversión. Podría indultar a un corrupto, a un consentidor de corrupciones, o a un entrenador deportivo, pero me temo que su animadversión hacia todo lo de la Iglesia le supera. Sus razones tendrá. Como creo que de lecturas evangélicas anda escasa de conocimientos, aunque tampoco deben importarle mucho, no estaría de sobra saber que según el Evangelio de San Mateo, 18,6 ( esto no es el resultado de un partido de balonmano), Jesucristo afirmó: «Al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino y le hundan en lo profundo del mar». Como todo ese asunto forma parte de la naturaleza humana, va con la historia de la humanidad, el mismísimo Jesucristo, si es verdad lo que escribió San Mateo, se mostraba con escasísima compasión. Así es que los curas pederastas no deben ser encubiertos cambiándoles de destino. No vamos a colgarles piedras de molino y arrojarlos al mar, pues hay que entender el significado profundo de las palabras de un hijo de carpintero, pero no vamos a declarar la santidad de ninguno de ellos. Salvo que llegue el día en que la pederastia se considere un derecho. Que visto lo visto todo puede pasar. De hecho ya hay movimientos que defienden el derecho a la «atracción por los menores». Son gentes que se sienten nublados por la belleza infantil, que «aman a los niños» y dicen que eso no puede considerarse un trastorno mental y consecuentemente exigen de la OMS que saque de la lista de enfermedades la pedofilia. Igual la ministra Montero sabe más de lo que aparenta… y está muy al tanto de las últimas tendencias del pensamiento sobre los comportamientos sexuales que, eso sí es innegable, tienen un denominador común: el sexo libre y no reproductivo. Ya somos más de la cuenta. Así es que lo de «Creced y multiplicaos» está excluido en el pensamiento de la vieja Cristiandad. Lo de multiplicarse se lo han reservado otros y cuando llegue el caso el que venga detrás que arree.