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Juan José Millás.

TIERRA DE NADIE

Juanjo Millás

El pinchazo

 -Yo soy de sol y tú de sombra -le dice una niña de unos diez años a su madre, que la lleva de la mano por la acera de la sombra. Sin duda, y por la hora que es, vienen del colegio; además la niña va de uniforme. Las sigo porque me parece curiosa la conversación y al poco se sientan en una terraza, esta vez al sol («para compensar», dice la madre). Inmediatamente, ocupo la mesa de al lado al objeto de seguir espiando. La madre pide un agua con gas y la pequeña un Cola Cao y un cruasán a la plancha. Lo del cruasán a la plancha me sorprende porque me parece una merienda de persona mayor. A mí me traen un té sin cafeína, que se llama rooibos y que he descubierto hace poco. 

 Después de que la niña unte la mantequilla y la mermelada en el cruasán, todavía con la boca llena, empieza a contarle a su madre que un compañero de clase, al ir a cortarse el pelo, le implantaron en la nuca un chip por el que lo tienen controlado todo el tiempo.

 -¿Qué dices? -pregunta la madre con una sonrisa irónica.

 -El peluquero -continúa la niña- le dijo que agachara la cabeza, para pasarle la maquinilla por detrás y en ese momento notó un pinchazo que no dejó sangre ni nada. Pero él notó que le habían introducido algo en la cabeza.  

 -Ese niño tiene mucha fantasía -replica la madre.

 -De fantasía, nada. Ahora, un segundo antes de que le suene el móvil, porque tiene móvil, no como yo, siente un cosquilleo dentro de la cabeza porque el teléfono y el chip se comunican de algún modo. Nos lo ha demostrado: deja el teléfono encima del pupitre y dice: «Ahora me van a llamar». Y enseguida suena el móvil.

   La madre y la hija siguen conversando por estos derroteros con una naturalidad pasmosa. En esto, siento un cosquilleo en la nuca y al poco suena mi teléfono. No es una llamada importante. Lo importante ha sido el aviso de que el móvil iba a sonar. Entonces recuerdo que la última vez que fui a la peluquería, cuando el peluquero me pidió que agachara la cabeza, sentí un pinchazo del que no me quejé, atribuyéndolo a un manejo torpe de la máquina. Pero vaya usted a saber.

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