El Ministerio de Igualdad anda estos días promocionando una campaña dirigida a los hombres para incentivar lo que en los estudios de género se conoce como nuevas masculinidades, es decir, una manera de ser hombre despojada de los estereotipos de género ligados a los varones (fuertes, duros, agresivos, alejados del mundo de los cuidados) y que se abre paso en pro de una sociedad más igualitaria. Hombres sensibles, que atienden a sus criaturas, a sus mayores, que no ejercen violencia sobre las mujeres, que lloran.

La campaña recupera de la hemeroteca una entrevista que en los años 80, TVE hizo al cantante El Fari en la que aludía peyorativamente a este tipo de hombres con el calificativo de «blandengues». Hombres blandengues se llama la campaña, un concepto que Igualdad intenta poner en valor. Controversias al margen (hay quien apunta que hubiera sido más oportuno poner ejemplos actuales de masculinadad tóxica y no recurrir al artista ya fallecido), la campaña tiene la virtud de poner el foco en los varones y en la necesidad de incorporarlos a la lucha feminista. También desde el Institut de les Dones de la Generalitat se lleva tiempo trabajando en esta línea.

Con todo, y a pesar de que cada vez hay más hombres en tránsito hacia estas nuevas masculinidades, lo cierto es que los blandengues no abundan e incluso, podrían considerarse una rara avis en muchos ámbitos, entre ellos, el de la alta política. Que escaseen no significa necesariamente que las instituciones en su conjunto (administraciones, ayuntamientos, parlamentos) estén plagadas de hombres misóginos o insensibles con las políticas de género, pero, a la vista de ciertas dinámicas que persisten, parece evidente que la mayoría no quiere renunciar a los privilegios asociados a su sexo.

Entre la larga lista de prerrogativas que el patriarcado les regala por ser varones, está el de copar y ocupar la primera línea del espacio público y permanecer en él lo máximo posible, lo que implica, aunque sólo sea por las leyes de la física, taponar el acceso de las mujeres a los verdaderos cenáculos del poder. Un techo de cristal en la política que no se resuelve con medidas de acción positiva en las listas electorales. El problema es más de fondo y su solución, más compleja.

Como en tantas otras cosas relacionadas con la igualdad, no hay más que acudir a los datos y a la observación para darse cuenta de que algo falla. En política, como en otros terrenos, la máxima de que las mujeres pasan y los hombres permanecen (o se pasan el testigo entre ellos), parece cumplirse. Piensen, si no, cuántas mujeres con proyección y opciones de alcanzar las máximas cuotas de poder se han quedado en el camino o nunca llegarán a lo más alto. Fijénse también en el sexo de quienes ocuparán los carteles para las próximas elecciones ya sea autonómicas o municipales y, analice quienes tendrán verdaderas opciones de alcanzar la presidencia. Podría ser el azar (que caprichosamente ofrece suerte a ellos e infortunio a ellas; a las que siguen y a las que ya no están). O podría ser, quizás, que, entre otras muchas cosas, también falten más políticos blandengues.