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Roch

Algemesí, más necesario que nunca

Los jóvenes valencianos Nek Romero y El Niño de las Monjas ponen las emociones del ciclo de novilladas, donde todos tienen derecho a soñar

La plaza de toros de Algemesí en una imagen del pasado viernes Ángel Ferrer

Cuando algunos municipios valencianos prohíben tajantemente la celebración de espectáculos taurinos, el toreo florece con todo su esplendor en Algemesí. Allí, los toros son un acontecimiento a partir de las seis de la tarde y se transforma en un misterio tan insondable como pavoroso en medio del cual uno se sumerge casi sin darse cuenta.

Aquí encuentras la explicación de un misterio que tan obsesivamente se busca a lo largo del año: el toreo pertenece al pueblo. Aquí encuentras una realidad que va más allá del tiempo real, una suprarrealidad en la que puedes encontrar sentido a la existencia de la afición taurina. Porque su identidad más auténtica habita en las calles adoquinadas de Algemesí que te llevan inevitablemente a la plaza. En su olor a toro de la calle Montanya, en el sabor de su bebida típica de café, en su macizo de la edificación rectangular de la plaza de toros, en la línea quebrada de la madera de los cadafals producida por la fuerza de la cuerda que une su estructura. Algemesí tiene un coso que deja fuera de juego al impertinente curioso porque es único. Y la emoción es una sensación más que suficiente para expresar todo un estado de ánimo allí dentro.

Durante su Setmana de Bous, aquí en Algemesí todos los días parecen sábado. Porque la gente sale a divertirse y busca vivir el toreo en estado puro. Aquí caben todas las formas de vida. Porque aquí lo que arde es vida. Porque aquí todos tienen derecho a soñar.

Y te encuentras escenas maravillosas. De las que solo suelen ocurrir en las entrañas de un pueblo tan taurino como Algemesí. Una nieta, de menos de 10 años, acompaña a su abuelo, de unos 80 años, a la plaza de toros por la calle Lluís Vives, una de las principales arterias de la localidad de la Ribera. El hombre, sorprendido, le pregunta a la joven qué lleva en la carpeta que recoge debajo del brazo y ella, que contesta ilusionada, responde que un pañuelo para que se lo firmen los toreros de esa tarde. Se miran y se cogen de la mano a paso silencioso. Ellos solos se entienden.

De la Setmana de Bous nos quedamos, principalmente, con dos nombres de dos novilleros valencianos. Un debutante, Nek Romero, y otro que se consolida, Jordi Pérez, "El Niño de las Monjas". Fueron los que provocaron las sensaciones más fuertes en el palenque de la Ribera. Cada uno con sus formas. El primero, por el palo clásico. El segundo, por el camino del arrebato y el valor. Dos conceptos diferentes. Dos conceptos que tanto casan con la afición valenciana. Y los dos por la puerta grande, claro.

En el terreno de las ganaderías, Cebada Gago y Victoriano del Río fueron las mejores. La divisa gaditana echó un novillo extraordinario por su profundidad y por su empuje en la muleta, con gran humillación. Su nombre fue "Peluquero", premiado con la vuelta al ruedo: "Es el mejor novillo que hemos lidiado en Algemesí", aseguró por teléfono José García Cebada. "Peluquero" es hijo de "Pregonero", número 120, y de "Gañufera", número 380.

Victoriano del Río también presentó dos grandes novillos de distinta intensidad y condición: "Soleares" fue humillador, pronto y de extrema exigencia; y "Pudoroso", premiado con la vuelta al ruedo, fue un auténtico superclase. De reata le venía la categoría en la embestida de "Soleares" porque era hijo de un semental nuevo, de nombre "Dalia", número 69, hermano del famoso toro lidiado por José María Manzanares en Madrid.

Por todo ello, Algemesí es más necesario que nunca.

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