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Alfons García03

Algo se mueve en palacio

Antonio Cañizares durante el anuncio de su despedida. JM López

En València hay dos palacios desde donde se han movido en la etapa moderna los hilos de la vida pública. El poder social y de atracción de lo eclesiástico (incluso entre los que descreen de ella) dice mucho de esta sociedad, marcada por el péndulo entre el meapilismo político y el anticlericalismo radical. Miquel Roca, Rafael Sanus y alguno más debieron sonreír ayer (si el paraíso existe) al escuchar la carta del nuevo arzobispo, Enrique Benavent, mayoritariamente en valenciano. ¡Cuánto dice también de esta sociedad que en 2022 suene extraño oír la lengua de la tierra en el palacio arzobispal!

Todos los indicios con Benavent son de aire fresco. De alguien que conoce bien las complejidades (y las simplezas) de la sociedad local y de una iglesia que decidió oficialmente dejar de mirar a una parte de ella en actitud eminentemente política. En las familias cabe todo, como en el último siglo España ha demostrado, pero el nuevo arzobispo ha tenido cerca ese otro sentimiento valenciano. Su hermano gemelo ha sido alcalde de su pueblo (Quatretonda) por Compromís (entonces solo Bloc). Y su sobrina es hoy la alcaldesa por la misma formación. Benavent no es un desconocido además en el otro Palau, el de la Generalitat. Lo conocen bien sobre todo por su última etapa en Tortosa, diócesis que incluye aún las comarcas del norte de Castelló, porque la Iglesia resistió aquel intento de un engrandecido Carlos Fabra por conquistar ese terreno.

Benavent llega con aire fresco, que es sinónimo de esperanza. Lo que está por ver es si aguantará las presiones, que las habrá, y podrá abrir ventanas y cerrar heridas de esa división de la que habló ayer. No lo tendrá fácil ante el peso de la tradición y el miedo a lo nuevo. Francisco es quizá su mejor asidero ante trampas y obstáculos.

De Antonio Cañizares, ahora que se despide, la norma es subrayar lo bueno. Al menos hay que reconocer la coherencia con su manera de entender el mundo y la Iglesia, la fidelidad a sí mismo cuando los vientos del Vaticano cambiaron. Y la lealtad a la institución y a la fe para evitar guerras públicas. Quizá la consecuencia de todo ello ha sido una sensación de menor ímpetu (también está la edad, claro), de dejarse llevar y no enfrentar las cuestiones que seguían y siguen abiertas. Los primeros guiños de Benavent sugieren que ha aprendido y sabe lo que le espera en palacio. 

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