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alberto soldado

Va de bo

Alberto Soldado

La sencillez y la verdad

Contaba Leopoldo Alas ‘Clarín’ en El cura de Vericueto de un personaje, Higadillos, estudiante de medicina, que creíase un sabio del positivismo de la época, corriente filosófica que rechaza todo aquello que no esté demostrado por la experiencia científica. Proclamábase «de vuelta» de todas las «neurosis» místicas y «evangelizantes». Preocupado por la búsqueda de nuevos idealismos concluía en la sencilla novedad que se le ocurría: «Guerra al clero». Previamente había señalado lo enfermizo del andar buscando novedades metafísicas o estéticas, pues la humanidad ya había vivido momentos de los que convendría inspirarse. Todo estaba en Voltaire o en Rousseau, quizás en Spencer o Zola. Todo lo demás, era de una absurda inutilidad. En el cuento, Clarin acaba presentando a un Higadillos tolerante, reconciliado con Tomás Celorio, el cura de Vericueto, hasta el punto de ser beneficiario de la escuálida herencia de aquel párroco.

En este ya metido siglo XXI, es decir dos siglos después, seguimos buscando las razones filosóficas que nos acerquen a la verdad. Cada uno de los interesados en la cuestión social y política, que somos inmensa minoría, lo hace a su manera. Un servidor, viajero, serpenteando por las faldas de Aitana, recordando a Paco Muñoz y el amor entre montañas, disfrutando del olor y sabor de almendros, encinas y robles, fresnos y mostajos, ha creído tropezarse con ella. Está escondida en un pueblecito llamado Alcoleja, apartada por cientos de curvas peligrosas, abrigada a los vientos de tramuntana y de poniente. Allí se conserva la verdad de la ciencia política en una lengua, sin los forzosos adimentos de la dictadura normativista, la lengua transmitida de abuelos a nietos…Ellos hablan espontáneamente, sin forzosos acoples a la ciencia lingüística y los maestros que pretenden corregir lo mamado de las entrañas de la madre. Y el viajero siente verdad y no impostura. El alcalde, Quico, socialista, médico positivista, director de un hospital, músico y hombre con sabiduría, no es un Higadillos de su juventud, sino un hombre formado en la ciencia y en el arte, con criterio bañado de tolerancia, alejado de cualquier sectarismo. Se apoya en Leandro, que fue líder de la oposición. Ambos reconocen las virtudes del otro y saben que sumando voluntades impregnadas de bondad se consigue un mejor gobierno para todos. Quico impulsa la procesión de la Virgen Geperudeta, viajera, y convenia con un cardenal de la Iglesia al tiempo que apoya una manifestación del orgullo gay…Entiende que todos tienen derecho a manifestar sus creencias desde el respeto mutuo. Y el líder que fuera de la oposición te confiesa su admiración por quien es su alcalde. Él es el más humilde servidor de todos, que son apenas doscientos habitantes. La verdad, seguramente suele estar en lo sencillo, en lo humilde, en el servicio desinteresado a la comunidad, en entender que el diálogo es la solución. Quico demuestra con hechos un espíritu que representa la fusión de aquellos principios que hemos llamado la identidad europea, y que son la suma de los valores evangélicos y los del racionalismo positivista. Los mismos que demostró el Padre Roncal, salesiano y buen amigo de Víctor Mansanet, alcalde de Simat de la Valldigna, a un alumno interno cuando le arreó una buena hostia, no precisamente eucarística, por aprendiz de chivato político. En ella también había verdad. Pero de ella escribiremos en otra ocasión.

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