Entre cuatro y cinco kilómetros separan la Fundación Francisco Brines (L’Elca) de la Todolí Citrus Fundació. La primera, en Oliva; la segunda, en Palmera. La Safor disfruta de ambas iniciativas, próximas, a su vez, al Beniarjó que nos recuerda los sueños poéticos de Ausiàs March, sus paseos y los de Roís de Corella, las raíces familiares de Joanot Martorell... Un paisaje común para los maestros de la literatura valenciana del siglo XV. Un campo transformado para los escritores y creadores de cultura del siglo XXI. Ahora que revive la discusión sobre el cambio del paisaje a cuenta de la instalación de plantas fotovoltaicas, no está de más observarlo como lo que, en buena medida, ha sido desde que el nomadismo humano concluyera su ciclo histórico: el cambiante resultado de la acción antrópica.

No, no ha existido un paisaje único durante el transcurso de la historia que conocemos. Lo que en otro tiempo fue manto acogedor de la caña de azúcar o de las moreras, es ahora refugio de cítricos, de plantones, de pequeñas parcelas de hortalizas, de postes de electricidad y telefónicos, de segundas residencias y piscinas. Por ello cabe en lo posible que la riqueza poética de Brines se acomodara a la visión de esas placas negras que visitan, con creciente frecuencia, los tejados de casas y fábricas y a las que algunos destinan extensos lechos de suelo rústico: la electrónica sustituyendo a la vegetación para sustraer del sol una energía limpia de carbono que nos permita, como humanos, sobrevivir a nuestras propias barbaridades preservando lo mejor que nuestra memoria ha almacenado del paisaje conocido. La poesía de Brines, cinceladora de paréntesis que evocan tanto lo existente como el pozo de la ausencia, sería más que capaz de encontrar respuestas bellas y sentimientos inexplorados en esa acumulación de técnica que disuelve los rayos del sol para exprimir y transformar sus diminutas partículas luminosas.

No obstante, puede que La Safor salve la mayor parte de su territorio de transformaciones abruptas porque el precio de la tierra, aun perdiendo fortaleza, siempre tendrá a su favor la cercanía de la costa, la ubicación de los huertos, los microclimas que protegen a las variedades más delicadas. Unas ventajas que, en apenas diez años, se han reforzado con la presencia de la Todolí Citrus Fundació. Otra entidad privada sin fines de lucro, cuyo timonel, Vicent Todolí, es bien conocido como recreador de la belleza y los lenguajes existentes en grandes museos europeos. El IVAM, la Fundación Serralves, la Tate Modern, la galería HangarBicocca de la Fundación Pirelli, han acompañado una trayectoria salpicada, asimismo, del comisariado o la dirección artística de eventos y museos en prácticamente todos los continentes.

Con esta fundación, Todolí ha revolucionado nuestro conocimiento de los cítricos. Su jardín agronómico incluye en torno a 500 variedades procedentes de todo el mundo, cuyos árboles reciben un mimo y observación permanentes, acompañado de las mejores técnicas existentes. Una variedad de árboles, plantones, esquejes, flores, aromas, frutos y sabores que desafían el conocimiento popular de lo que constituye el patrimonio vegetal más conocido de la Comunitat Valenciana. Una implantación, en su propio municipio, de aquella orientación ilustrada que, en el siglo XVIII, alentó la renovadora creación de jardines salpicados de exotismo, la exploración y el descubrimiento científicos o el hallazgo de nuevas especies que ampliaran las fronteras de la ciencia. Unas inclinaciones a menudo entreveradas de filantropía e interés emprendedor que, por desgracia, prendió con pasividad en una España estrangulada por la superstición y los fundamentalismos.

En contraste, esos intereses ilustrados son los que se adivinan en Todolí Citrus. El paso de investigadores del IVIA y de las universidades se entrecruza con el de los grandes cocineros españoles. Los primeros, profundizando en el desarrollo de futuras variedades que sumerjan en una vorágine de nuevas cualidades, -gustativas, nutritivas y medicinales-, el futuro de los cítricos como sector disruptivo. Los segundos, extrayendo de cada variedad los gustos, aromas y visualizaciones que ensanchen las cartas de los mejores restaurantes.

Y, a cuatro kilómetros de distancia de allí está la casa de Brines, esa Elca que viaja hacia la eternidad con los versos del Premio Cervantes, envuelta de un jardín que, día tras día, lamenta no sentirse redescubierto por la mirada del escritor. Jardines y casa que se abren ahora a la implantación de proyectos culturales. De este modo, sobre los mismos vientos que observara Ausiàs March, -Mestre i Ponent, Xaloc i Llevant, Grec i Mitjorn-, viajarán las palabras de Brines hacia los cítricos de Todolí y volarán hacia L’Elca los aromas de sus cítricos. Versos y cítricos enlazados por la pasión; cítricos y versos unidos por el anhelo de hacer volar Oliva, Palmera y toda La Safor hacia un nuevo estadio creativo, tonificado por la sabiduría y el amor al trabajo bien hecho.