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Pilar Ruiz Costa

REFLEXIONES

Pilar Ruiz Costa

Satisfaqué

Andaban mis amigas en la sobremesa pendientes de una de ellas que, por lo que escuché, ha perdido el Satisfyer. A punto estuve de preguntarle «¿Satisfaqué?». No porque sea una mojigata que aspira a ser la próxima invitada de honor de un foro ultracatólico sobre la familia tradicional, pero no, no tengo Satisfyer. Y sobre todo porque viviendo como vivo, en los escasos metros que permite el sueldo de columnista soy, más que de perder, de andar esquivando cosas para no tropezar con ellas.

Pero mi amiga —pongamos Mari Puri— sí tiene. O tenía. La última vez que lo vio fue el 12 de agosto a la hora de la siesta. Tras un rato —al parecer placentero juntos—, lo dejó en la mesilla y… Se volatilizó. No lo ha vuelto a ver. Yo estaba absorta con aquel drama —que me perdone mi amiga—, que me pareció hasta agradable después del de todos los canales del televisor donde once de cada diez expertos opinaban que vaya que Putin puede y quiere una guerra nuclear.

Pero, ¿perder un Satisfyer? ¿Cómo? Sentía más que empatía, curiosidad —maldito oficio este el de columnista— y es que a la par que drama, esta desaparición es un misterio como el del Titanic y por qué Rose (Kate Winslet) no compartió la tabla con Jack (Leonardo DiCaprio). ¡Con lo que cuesta encontrar el amor! En serio, ¿dejas que se ahogue?

Pues todo parece apuntar, según la versión de Mari Puri, a la existencia de un Monstruo de los Satisfyer, tanto o más terrible que aquel famosísimo Monstruo de los Calcetines. ¡Pero aquel misterio ya lo resolvió la ciencia! Al menos en su versión británica, donde se pierden, según los estudios, un promedio de 1,3 calcetines al mes. A lo tonto, a lo tonto, eso da 15 calcetines perdidos al año y con una esperanza de vida de 81 años, la friolera de 1264 calcetines perdidos, por cabeza —o pie— a lo largo de una vida. Si la cifra en calcetines ya asusta, esperen a leerla en libras esterlinas: 2.528 por persona; 2 billones de libras al año para los británicos. Una tragedia que ríase uno del Brexit.

Y aunque ‘A río revuelto, ganancia de pescadores’, siendo las merluzas en este caso pares de Artengo de Decathlon, más allá de nombrar el 9 de mayo Día Mundial de los Calcetines Perdidos, reconozcamos que la cosa merecía investigarse más a fondo y como la reina Isabel II andaba en sus cosas y Boris Johnson tiene toda la pinta de ser de los que llevan un calcetín de cada color fue Samsung la que se arremangó decidida a descubrir quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, cuanto menos cuando eres un calcetín. ¿Atraviesas un agujero negro y te desmaterializas? ¿De verdad acaban deglutidos por la lavadora 2.528 calcetines? El estudio realizado entre antiguos propietarios de un calcetín izquierdo sirvió para desarrollar un software estadístico donde conocer tu índice de probabilidades de perder un calcetín que es 0.38+(0.005 x N)+(0.0012 x C)-(0.0159 x P x A), donde N es el número de lavados; C su complejidad; P la positividad hacia la tarea de hacer la colada y A la atención. Y sí, algún calcetín acaba tragado por las tripas de la lavadora, pero en su inmensa mayoría acaban apareciendo cuando ya hemos tirado a su compañero del pie derecho dentro de la funda nórdica o debajo del somier. Otro típico ejemplo de contratar a alguien de fuera para que nos diga lo mismito que nos diría nuestra madre: que no los buscamos bien.

En nuestra defensa diré que dudo que esas cifras sean extrapolables a España por dos motivos: el primero, otro estudio que reveló que uno de cada tres británicos lava sus sábanas solo una vez al año —así que consejos de colada, los justos—, y sobre todo, por esa costumbre arraigada nuestra, transmitida de madres a hijos, generación tras generación, de que hay que salir de casa con la ropa interior limpia por si tenemos un accidente.

Pero como además de columnista soy persona, sé que una amiga devastada por una pérdida no está en absoluto para que le vengan con lo de salir con las bragas limpias ni teorías psicológicas, pero para mí que lo de Mari Puri va a ser —como lo de los británicos— un caso clarísimo de ‘ceguera por falta de atención’. Nuestros recursos de atención son limitados así que el cerebro los emplea en lo que mejor encaja en nuestros esquemas preestablecidos e ignora otros inesperados por mucho que los tengamos delante de las narices. Lo expone muy bien el «Test del gorila invisible» de Simons & Chabris en 1999 donde se muestra a los participantes una grabación de dos grupos de personas, unas vestidas de blanco y otras de negro, jugando a baloncesto. Se les pide que cuenten las veces que se pasan la pelota y no ven, literalmente, a un gorila que cruza por en medio de ellos. Porque la tarea encomendada es otra, desde luego, pero también porque ¡¿quién espera ver a un gorila en una cancha de baloncesto?!

¿Lo del Satisfyer? Lo mismito que dijera el poeta y filósofo Rabindranath Tagore: «Si lloras por no haber visto el Sol las lágrimas te impedirán ver las estrellas».

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