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A vuelapluma

Alfons Garcia

Monos en día nacional

Más de 4.000 militares desfilaron en 12-O RODRIGO JIMÉNEZ

Los chimpancés también practican la política. Que no quiere decir que quienes practica la política (o el periodismo político) sean monos, al menos todos. La declaración (primera, la seria) es del paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro en su discurso de ingreso en la RAE. Los partidos son los machos alfa en las democracias, dice también el sabio. No es cuestión de fuerza, sino de estrategia y astucia para imponerse. Como los monos en sus grupos. La lectura es interesante, porque en el caso humano se trata de un macho alfa colectivo, capaz de coordinarse con un fin común: el poder. Da que pensar. Los ciudadanos seríamos los sometidos por esos habilidosos de la especie y materia necesaria a su vez para ese objetivo de victoria. Quizá la diferencia es que el paso de una categoría a otra, del sumiso al poderoso y al revés, es más sencillo que el que se da en la vida salvaje. Estamos a un suspiro temporal de los primates en términos evolutivos. Nos separa la cultura, añade el científico. El misterio humano está en la capacidad de convivir, «una forma de inteligencia», en definición breve y certera de Carlos Castilla del Pino. Convivir conlleva igualdad, no dominancia, aunque un pesimista dirá que es una forma de autoengaño, que convivir es otra forma de maquillar el sometimiento de unos ante otros, aunque unos y otros puedan cambiar con el tiempo, que no es poco. Quizá esa es la clave, saber ordenar el tránsito de los que dominan sin golpear, expulsar o matar al otro. La elegancia en el traspaso de poder es una forma suprema de humanidad a partir de esta lógica. Lo que hizo Donald Trump, por ejemplo, sería algo que nos acerca a la selva, la barbarie. Los atuendos de los que intentaron tomar el Capitolio aquel día de Reyes tendrían incluso ese sentido animal.

Primates y el 12 de Octubre. O el Nou d’Octubre valenciano. Se han repetido un año más y con unas características que no cambian, una y otra fiesta. Puede variar la intensidad, pero los abucheos, pitidos e insultos a los gobernantes de izquierda por algunos, con el aplauso de la derecha (Isabel Díaz Ayuso saludó amablemente a los saboteadores tras el desfile glorioso) no cambian. Da que pensar sobre la identidad y la política en este viejo rincón. Si estos altercados en la celebración del día de todos se producen solo cuando los gobernantes son de izquierda, el mensaje está claro: el país es de los otros. Y lo reclaman. Uno de los gritos recurrentes a Pedro Sánchez el otro día fue el de «okupa». Y al alcalde de València, Joan Ribó, algunos le increpaban el Nou por su origen no valenciano. Eso y «comunista». El pensamiento que subyace detrás es que la identidad colectiva es de la derecha. España es de la derecha, pero también la Comunitat Valenciana es de la derecha. El PP dedicó esta jornada especialmente a una ley de señas de identidad (otra) para subrayar un concepto de valencianía (ajado, para mí) y relegar cualquier otro, que quedaría apartado de ayudas oficiales. Alguien puede decir que, en el caso valenciano, se trata de una reacción después de que la izquierda se entregara a una identidad pancatalanista. Lo peligroso es que cuando uno (un grupo social) se cree en poder de la identidad tiene fácil pensar que el territorio y, por tanto, el poder (el gobierno) son suyos. Por ahora no ha pasado en estos cuarenta años y pico, al menos en lo formal, aunque es un pensamiento que ha transpirado en algunos gestos (lo del Poder Judicial últimamente). Al final, la semana nos dice que la cuestión de la identidad colectiva la tenemos aún averiada casi cincuenta años después de convertirnos en modernos. «Este país es de los hijos de los dueños», dice el protagonista (un ‘pijoaparte’ de la Transición) de la película ‘Modelo 77’. Saltamos al color desde la dictadura sórdida y gris, sí, pero abajo no había piscinas de David Hockney.

La cultura, de nuevo. Eso que nos aleja de los chimpancés, y eso que nos hace la vida más tolerable. «Creo que todavía conservo la mayoría de mis ilusiones», dice un personaje de uno de los relatos del último libro de Woody Allen. «Aférrate a ellas. Las ilusiones nos hacen falta. Sin mentirnos a nosotros mismos, sería difícil sobrevivir un día más», le responde un aprendiz de cínico, alguien que se parece mucho al Allen de las películas, al hoy cancelado en su país. La ilusión de la identidad también. Quizá todo fuera más sencillo si nadie hubiera inventado el concepto de patria, posiblemente una versión extendida de las agrupaciones de primates en la selva y de las tribus bárbaras. Así que monos, sí, sin remedio. Pero soñadores. Con ilusiones aún a las que aferrarnos. Cultos, así.

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