A todos nos resulta razonable hablar de la necesidad de proteger el medio ambiente. Sin embargo, cuando se discuten los métodos para llevar a cabo este cuidado las opiniones son divergentes. Los debates sobre cómo conciliar el desarrollo de las sociedades humanas con los límites de los ecosistemas aluden, invariablemente, a la importancia que la protección al medio ambiente ha suscitado en el derecho. Al respecto, es fundamental notar la evolución que en las últimas cinco décadas ha habido sobre cómo comprendemos conceptos como medio ambiente, naturaleza, desarrollo sostenible, ecosistemas y recursos naturales. En consecuencia, también la regulación de estos se ha transformado.

En principio, el ambiente solamente se veía desde un punto de vista antropocéntrico, es decir, que su valor se medía en tanto su utilidad para las personas. Si bien es cierto que el ambiente nos proporciona invaluables servicios ambientales que nos permiten vivir, también es cierto que, con esta visión, se ha justificado la sobreexplotación de recursos como el agua, la extracción desmedida de minerales e hidrocarburos, la contaminación del aire, la extinción de especies y pérdida de biodiversidad, la deforestación, y el aumento exponencial de residuos.

El antropocentrismo constituye una corriente de pensamiento que reconoce al hombre como el centro del universo y, en consecuencia, como el gestor y usufructuario del planeta. Esta corriente perdura desde hace más de dos mil años en el mundo occidental, y es la que se sigue utilizando como guía jurídica interpretativa de forma mayoritaria. Para sus adherentes, los derechos sólo pueden ser reconocidos y otorgados a la especie humana. Quienes sostienen la visión antropocéntrica del derecho ven al hombre como único receptor de las normas jurídicas y vinculan el respeto por la vida al bienestar de la especie dominante. Por consiguiente, venimos estableciendo sociedades que explotan la naturaleza de forma depredadora para progresar.

Sin embargo, esta idea nociva de progreso ha impulsado el transito hacia una corriente de pensamiento distinta: la biocéntrica. En esta nueva visión, los seres humanos no consideran estar por encima de la naturaleza, sino que son parte de ella. Esta corriente también orienta el pensamiento jurídico, en conexión con la ética ambiental, en el sentido de que la humanidad debe interactuar y coordinarse con la naturaleza.

El biocentrismo se inspira, en gran medida, en prácticas basadas en la cosmovisión indígena que considera a los humanos como parte del entorno y a la naturaleza como la madre. Las filosofías de la Pachamama y del buen vivir, por ejemplo, son puntos de referencia de etnias andinas y están presentes en las constituciones de Ecuador y Bolivia, con el fin de armonizar las diferencias culturales y añadir las tradiciones a la política local. La apuesta de estos Estados y otros, ya sea a través de sus congresos o de sus tribunales, ha sido el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos, con la finalidad de darle una mayor protección.

Es necesario reconocer que el paso de la visión antropocéntrica mayoritaria a la cosmovisión biocéntrica no puede ser solo conceptual, sino también éticamente correlacionado con la comprensión de la unicidad de la vida y la supervivencia de la humanidad. Ya en 1972, el general argentino Juan Domingo Perón propuso el objetivo de frenar esta «marcha suicida de la humanidad», y sus palabras se hicieron eco en la Asamblea General de las Naciones Unidas, logrando que se dictaminara el 18 de octubre como el Día Mundial de Protección de la Naturaleza

Sin embargo, cincuenta años después, lograr un planeta más sostenible continúa siendo uno de los objetivos principales de la Agenda 2030. Llegados a este punto, los efectos inminentes de la crisis ambiental nos obligan a migrar a nuevos paradigmas. Por ello, Fundación por la Justicia, como representante de la sociedad civil, asume el compromiso de impulsar nuevas maneras de pensar y entender la protección del medio ambiente, para que podamos aspirar a un mundo más justo y sostenible, en el que todos somos naturaleza.