El objetivo de los  perfiles psicológicos es identificar ciertos rasgos que configuran una determinada personalidad. Además de describir las características identificativas de la persona estudiada en lo referente a cognición, afectividad y conducta (tres componentes básicos de la psique), la información obtenida en un perfil psicológico es altamente predictiva de atributos tan dispares como la aptitud potencial para ciertos trabajos o estimar peligrosidad social del individuo evaluado.

Para describir el perfil de un corrupto, previamente se hace necesario definir la corrupción. En el ámbito de la política la corrupción consiste en un mal uso del poder consustancial a un cargo público con intención de obtener beneficios personales. Lamentablemente, las prácticas corruptas son un proceder habitual y ejercido con descaro tanto por personajillos de baja estofa con responsabilidades irrelevantes,  como también por altísimos cargos cuya deshonestidad ha suscitado que la ciudadanía considere a los políticos como uno de los principales problemas de la sociedad según revelan los sondeos de opinión. 

 

¿Cómo es un corrupto? ¿Qué ocurre en su mente? 

 A un individuo mentalmente equilibrado le resulta difícil entender porqué alguien que en la práctica posee poder, estatus y una acaudalada solvencia económica, delinca más cuanto más tiene y lo haga en base a unos impulsos opuestos a la ética que hipócritamente enarbolan como su referente al tomar decisiones inherentes a su cargo público.

 Desde una perspectiva psicopatológica, el corrupto es un individuo con un ínfimo nivel de empatía que sistemáticamente ignora al ‘otro’ y prescinden de los valores éticos, morales y cívicos necesarios para garantizar la equidad en la convivencia. 

 El modus operandi del corrupto responde a pulsiones encaminadas a satisfacer su ego, en base a unos impulsos que sólo controlan si consideran que el peligro de sanciones o represalias es elevado. 

 El corrupto actúa como si fuera invulnerable, y lo hace en base a una representación mental que le hace creer que sus fechorías siempre pasan desapercibidas y nunca serán juzgadas ni condenadas. Conforme más inviolables se sienten mayor es su osadía, más se jactan chulescamente de sus punibles prácticas, y más se aferran a sus  cargos públicos –incluso aunque estén imputados– negando los delitos que se  les atribuyen por muy manifiestas que sean las pruebas. 

 Psicopatológicamente, los corruptos pueden catalogarse en dos grupos bien definidos: el corrupto narcisista (están convencidos de que son superiores, necesitan ser admirados y carecen de empatía para conectar emocionalmente con los demás), y el corrupto antisocial (sienten necesidad de mostrar superioridad, son manipuladores, violan sistemáticamente los derechos del otro y son propensos a actos delictivos).

 

¿Es el corrupto es un psicópata?

 Los psicópatas son unos individuos caracterizados por una moral depravada, un deficiente control de impulsos y emociones, una nula adaptación a las normas éticas y sociales, una tendencia insolente a la violencia planificada, una notable inteligencia y habilidad para mentir y convencer, todo ello asociado a su innata carencia de emociones, de ansiedad y por tanto de temor. Un psicópata es equiparable a un carísimo coche deportivo de muy alta potencia pero con frenos defectuosos. 

 Algunas veces me han preguntado si los corruptos son también unos psicópatas, y siempre he respondido que, de entrada, no tienen porqué serlo aunque, eso sí, la probabilidad de que la corrupción y la condición de psicópata vayan de la mano es infinitamente mayor que si buscamos esta correlación en un grupo de personas honestas, empáticas y con una conciencia social a prueba de bombas. 

 Son muchos los corruptos que parecen anestesiados a las emociones y que, gracias a su gran inteligencia, consiguen simular una integridad que para nada poseen.

 

 

Una anécdota como punto final.

 Si bien he decidido no incluir nombres ni apellidos en este artículo, sí quisiera  dejar constancia de una entrevista televisiva realizada en 2012 en el programa Salvados a un anciano y aun respetado —por aquél entonces— político autonómico. Resultó revelador y relevante, al menos para el propósito de estas reflexiones, que dos años después de aquella entrañable charla en la que la que el político se pasó casi una hora respondiendo amablemente a todo y  dando lecciones de ética y honestidad, el periodista, tras hacerse públicos unos nada honorables hechos, reconoció haber sido engañado durante la entrevista al creer a pies juntillas lo que catequizaba con carisma de honradez alguien que —ahora se sabe, al menos pesuntamente— fue un defraudador, corrupto y algo así como el capo de una familia de delincuentes. 

En fin, esto es lo que hay.