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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

València, capital mundial de las antiplazas

La nueva plaza de la Reina ED

Hace ya la friolera de treinta y cinco años que publiqué un artículo con idéntico y llamativo titular del presente que usted, amable lector, acaba de empezar a ojear. Buscaba así referenciar otro escrito, ya legendario, del británico Kenneth Tynan, autor teatral reconocido y amigo de Orson Welles, con el que recorrió España. Tynan pasó unas surrealistas vacaciones en Valencia a finales de los años 60.

El citado escritor, educado en Oxford, calificó a València como «capital mundial del antiturismo» en un libro de relatos cortos. Por aquel entonces la ciudad mostraba un cartel en la entrada norte que decía: «Valencia, centro histórico, visita en 3 horas». Así estaban las cosas. Pero yo no me referí tiempo después a la industria turística valentina, tan transformada a día de hoy, sino al urbanismo del centro de nuestra capital, a la serie de plazas que lo tachonan.

Todas esas plazas centrales de València son fruto de avatares históricos problemáticos con parcheadas soluciones. El tema merece ser recuperado lustros después dado el interés del actual gobierno por solventar el pésimo funcionamiento de la ciudad central, que se presenta estéticamente deslavazada. Desde la plaza originaria, el foro romano que coincide en parte con la actual plaza de la Virgen, en cuya esquina estuvo seis siglos la Casa de la Ciutat, sobre una antigua edificación morisca.

El centro neurálgico de València ha ido trasladándose desde ese antiguo foro hacia el sur, primero a la plaza de la Reina, más tarde a la del Ayuntamiento que, en diferentes formas y tamaños, fue de Sant Francesc, Espartero, Isabel II, Emilio Castelar y del Caudillo. A esta también la sustituirá una plaza futura en el espacio que propiciará la conexión en superficie de la gran vía Germanías con Ramón y Cajal. Todas ellas son, y serán, fruto de vaciados y esponjamientos urbanos. O sea, derribos. Lo que los urbanistas italianos llaman sventramento, destripamiento.

La plaza de la Reina ya provocó durante décadas un intenso debate popular y técnico. Los más importantes arquitectos de la época, el primer tercio del siglo XX, opinaron sobre la oportunidad de diseñar una plaza pequeña o grande tras el derribo de los edificios que formaban la calle Zaragoza, que discurría al oeste de la actual plaza dando sentido a la fachada barroca de la catedral, de modo semejante a como ocurre en San Sebastián con la calle Mayor que desemboca en la fachada de la Basílica de Santa María del Coro.

La del Ayuntamiento, a su vez, es un trapecio irregular fruto de la desamortización del convento de Sant Francesc y del derribo de la calle que la circundaba, la Baixada de Sant Francesc. Fue el reconocido arquitecto Javier Goerlich quien la propició y quien diseñaría a posteriori una solución, la famosa «torta» de 1933 con un mercado de flores subterráneo, cerrado apenas diez años después por inseguro, preludio del derribo de la obra goerlichiana (en 1961) y la instalación de la estatua ecuestre de Franco (en el 64).

Los resultados de todas estas operaciones históricas en el urbanismo central de València durante buena parte de la pasada centuria, han sido una sucesión de espacios deficientes, improvisados y provisionales, a la espera de soluciones de calidad para la tercera metrópoli del país. A esta tarea se ha encomendado el actual Gobierno municipal con escaso éxito. En primer lugar, porque no se ha planteado una reflexión previa, rigurosa y global, pues no tiene sentido plantear soluciones parciales, plaza a plaza, cuando existen conexiones evidentes de todas ellas hasta crear un verdadero conjunto.

Antes de dedicarnos a dar soluciones estéticas a los diversos enclaves que constituyen la serie de plazas del centro de València, habría que haber pensado el espacio en su totalidad, en sus relaciones de movilidad, en la incidencia del transporte público o de sus terrazas y su dedicación intensiva a la restauración, teniendo claro que el centro, y en particular su sistema de plazas, solo funcionará bien el día que se comprenda de modo integral, en un conjunto unitario, al que hay que añadir las calles adyacentes, ejes tan importantes como las calles de la Paz, San Vicente o Marqués de Sotelo, así como los espacios monumentales que conectan como son el Mercado Central-Lonja o la Estación del Norte-Plaza de Toros.

En cambio, la solución dada a la plaza de la Reina no puede ser más anodina. Obviamente ha mejorado respecto de la anterior, un agujero por donde se entraba a un parking. La plaza ahora no posee ningún elemento relevante, salvo un bosque de postes cromados que sostienen unas velas que apenas resuelven el problema de la fuerte insolación de la plaza. El resto son juegos infantiles, un desangelado palmeral con vaporizaciones y unas losas dejadas caer a modo de bancadas. No se enmarca la portada barroca ni se define adecuadamente el tramo más neutro de la catedral.

Justo todo lo contrario es el proyecto elegido para la plaza del Ayuntamiento, que convierte en una cerrada arboleda de hoja caduca el frente monumental de la plaza, tapando los edificios neobarrocos de gran porte y el propio palacio consistorial. Se propone como elemento lúdico una fuente de diseño insulso y no se considera la importancia visual tanto de la calle Barcas como de María Cristina, donde algunos elementos escultóricos de calidad, un Miquel Navarro, por ejemplo, o una Inma Femenía, nos hubieran transportado a la necesaria modernidad.

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