Hace unos días conocimos la noticia de que un bufete de abogados británico liderado por Tom Goodhead estaba preparando una demanda colectiva contra la clínica Tavistock. Cerca de mil personas acudieron a la Unidad de Identidad de Género, única de todo el sistema británico de salud pública, para comenzar todo el proceso de cambio de sexo a partir de bloqueadores de la pubertad con efectos secundarios dañinos. Goodhead afirmó en The Times: «Los niños y los adolescentes jóvenes fueron llevados rápidamente al tratamiento sin la terapia adecuada y sin la participación de los médicos adecuados, lo que significa que fueron mal diagnosticados y comenzaron un tratamiento que no era adecuado para ello. Estos niños han sufrido cambios vitales y, en algunos casos, efectos irreversibles del tratamiento que recibieron». Parece que estas declaraciones se hayan hecho parta advertir de las consecuencias, de los vacíos y sacos rotos de la Ley Trans que el Congreso está tramitando.

Quien aquí escribe puede entender que una persona se sienta como quiera, que vista como le dé la gana y entienda su sexualidad de las mil formas posibles. Ahora bien, lo que no es de recibo es el modo y las consecuencias que se derivan de una Ley al dirigirse de forma tan directa a las menores y en un tema tan sensible. En esta Ley se ha obviado la voz de los expertos, responsables médicos y psiquiátricos. Se está siguiendo únicamente criterios ideológicos y no científicos. Tanto es así que muchos profesionales de la medicina están criticando que la Ley Trans prescinda del criterio médico para realizar un cambio de sexo. La Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap) ha manifestado que es necesario promover «un debate reflexivo, extremar la prudencia en las actuaciones destinadas a los niños y adolescentes y revisar algunos aspectos del proyecto». Esta queja viene de la ausencia en la Ley de la participación de dos actores fundamentales: los padres y el personal sanitario en relación con los menores.

Por otra parte, no estamos cayendo en la cuenta que la adolescencia es una bomba y explosión de cambios y confusiones, no sólo sobre la identidad e inclinación sexual, sino de sus ideas y creencias. Es en esa etapa donde comienzan a descubrir el mundo, su autonomía y desdecirse constantemente de lo que piensan y sienten. El ser humano es un ser cultural porque tiene la capacidad de transformar la realidad y, al mismo tiempo, variar su orografía íntima y personal. Pero hay variaciones que pueden ser destructivas cuando no se interpretan bien, porque la edad todavía es inmadura. Hay cambios que son irreversibles, que no tienen vuelta atrás. Recordemos la frase de Ortega: «Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destrigarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse». Acompañemos y protejamos, qué duda cabe. No alentemos cuestiones que todavía están por dirimir y que dependen de la madurez y del cumplimiento de los pasos y tiempo vitales.