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Juan José Millás.

Tierra de nadie

Juanjo Millás

Saber venderse

 Comprar zapatos es una actividad heroica, lo mismo que comprar camisas o jerséis, lo mismo que pesar un kilo de plátanos. La compra, en general, es un asunto de titanes. Lo es para mí, al menos, que salgo mucho de compras porque no compro nada, de ahí que salga tantas veces. O sea, que llego al parquin del supermercado, apago el motor del coche, medito unos segundos, siento subir el pánico desde el pecho al encéfalo, y escapo de nuevo a la seguridad del hogar. Mi mujer me pregunta qué pasa con el pollo, qué pasa con el arroz y con los puerros, y yo le digo que estoy descafeinado. Me agobia comprar, soy un desastre para el capitalismo. A veces, me meto en un probador de El Corte Inglés y salgo sin haberme probado nada.

 -¿Cómo le estaba? -pregunta el dependiente.

 -Bien -le digo-, pero no es mi color.

 Ignoro cuál es mi color. Me echaría a llorar en medio de la sección de caballeros en demanda de ayuda. ¡Por Dios, que alguien me diga lo que debo comprar, que me dé órdenes! Llévese usted estos calzoncillos y estos calcetines y esta cazadora de polipiel sin piel. Gracias, lo cargan todo a la tarjeta. Sólo he aprendido a comprar el periódico. Pero tampoco sé vender. Hubo una época, de joven, en la que me ganaba la vida vendiendo enciclopedias. Es un decir lo de que me ganaba la vida porque sólo vendí una, adquirida por mí. Ahí la tengo, doce tomos, tan antigua, pues ya no se publican enciclopedias de papel. Estuve pagándola dos años. Leía, para amortizarla, un capítulo al día.

 Si hubiera mucha gente como yo, el capitalismo se vendría abajo por su propio peso, por el peso de las mercancías acumuladas en sus mesas y en sus perchas y en sus lineales de carne envasada al vacío. Resulta que tengo que cambiar el colchón y no sé cómo se hace ni a quién hay que llamar, ni si se llevan el antiguo con todas sus colonias de ácaros, pues todos los colchones del mundo, incluidos el de Felipe VI y el de Isabel Preysler, tienen ácaros. Se lo escuché en el metro a un tipo con bigote que parecía turco. Hay una alegría en el consumo de la que me siento excluido. Mi madre decía de mi padre que era listo, pero que no se sabía vender. Para saber comprar hay que saber venderse. 

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