Éxodo rural, envejecimiento de la población, falta de relevo generacional, reducción de la natalidad, aumento de la tasa de paro, «La España vaciada…» muchos son los conceptos que últimamente se han apuntado como obstáculos del desarrollo rural, y sin embargo la solución a todos ellos es común y no consiste nada más que en promover la formación de la mujer rural, en general, y su empoderamiento digital, en particular, para permitirle una mayor incorporación al mundo laboral.

En efecto, aunque el papel de las mujeres se reconoce cada vez más, pocos esfuerzos se hacen en el día de hoy para garantizar que tengan una igualdad de oportunidades en los distintos campos de la vida. Esto es más patente para la mujer rural, que vive en un mundo lleno de estereotipos y de estándares tradicionales que impiden que se aprecie su valía, lo que hace que siga siendo invisible, a pesar de su contribución como mano de obra agrícola (en la mayoría del tiempo no remunerada) y del trabajo doméstico y del cuidado de su familia.

Peor aún, en un mundo obsesionado por el logro de los objetivos del desarrollo sostenible (ODS) en el plazo definido por la Unesco (2030), todavía no se ha valorado la aportación de la mujer para la consecución de los ODS, tales como: ODS1 (fin de la pobreza), ODS2 (hambre cero) ambos estrechamente vinculados con la seguridad alimentaria, siendo la agricultura el principal motor de crecimiento en las comunidades rurales de todo el mundo y las mujeres las responsables de las necesidades de las familias de este medio, sin olvidar al ODS4 (educación de calidad), y ODS5 (igualdad de género).

En efecto, la precariedad laboral de la mujer se acentúa en el mundo rural español, por ser el quinto país con tasa de actividad rural femenina más baja (73%), el tercero con la tasa de empleo rural femenino más reducida (64%) y el segundo con mayor tasa de paro femenino rural (12,9%) (Caixa, 2022). Estos datos, explican el aumento del éxodo rural observado últimamente, motivado por la falta de oportunidades educativas y laborales, el reparto de los roles masculinos y femeninos, la división del trabajo por género, la falta de corresponsabilidad, la presión social, el techo de cristal y la brecha digital que ha acentuado aún más estas segregaciones de género.

En realidad, la pandemia ha dado a entender al mundo entero, de que la tecnología podría ser la solución a muchos problemas, ya que ha acelerado la digitalización de muchos trámites y cambiado el funcionamiento de muchas instituciones, poniendo al teletrabajo como el método protagonista. No obstante, esta digitalización masiva penaliza a las personas que no tienen acceso a la tecnología o no saben usarla, como es el caso de muchas personas que viven en el mundo rural, entre ellas las mujeres. Según el Consejo Económico y Social de España en el año 2021, más de un millón de personas que viven en el mundo rural no pueden conectarse a internet, lo que les excluye del contexto de la digitalización.

Por otro lado, las mujeres tienen dificultad de acceso a los recursos y a los activos productivos, y están enfrentadas a unas leyes desiguales (Ley 35/2011) en termino de titularidad compartida de las explotaciones agrarias (la titularidad masculina representa el 65,4%). De hecho, la ONUAA, indica que, si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos que los hombres, la producción agrícola podría aumentar del 20 al 30%, reduciendo la inseguridad alimentaria de 100 a 150 millones de personas en todo el mundo, aproximadamente.

En término de ayudas, también la Política Agraria Comunitaria (PAC, 2020) se caracteriza por una importante brecha de género, con un 72,74% de las ayudas destinadas a hombres y 27,26% para las mujeres. Lo que les impide orientarse hacia el emprendimiento, que se considera como esencial para el crecimiento económico.

Añadido a todo lo citado anteriormente, las estadísticas también indican que las mujeres rurales españolas dedican 2 horas y 7 minutos más al día al hogar y la familia que los hombres, lo que genera un coste de oportunidad para la economía de más de 38.500 millones de euros, cantidad equivalente al 3,1% del PIB del año 2019 (Caixa, 2022).

Todos estos elementos ponen en relieve la doble desigualdad que sufren las mujeres: uno, por vivir en las zonas rurales, y, dos, por ser mujer, lo que impone la necesidad de recordar, que como cada 15 de octubre se celebra el día internacional de la mujer rural, y una vez más se espera una adopción de medidas eficaces e inclusivas para que todos los seres humanos puedan participar de igual forma en todas las esferas del mundo, y reconocer que estos esfuerzos son valiosos y complementarios.