A veces pensamos que el tiempo acaba con todo. Que lo que pasó antes ya nos queda tan lejos que es como si no hubiera existido. Que después del momento exacto en que sucedieron los hechos sólo queda un polvo gris que se parece a la ceniza. Nos hemos acostumbrado al olvido, como si el pasado fuera una enfermedad que hay que curar con una única medicina: no nombrarlo. La historia no se escribe callándola, sino levantando desde su página primera la losa del silencio. «Ens demanen silenci, quan ens queden encara / tantes coses per dir…», escribía Vicent Andrés Estellés en su Llibre de meravelles. Dicen algunos que mirar hacia el pasado y ver qué hay en él para que el presente no sea la cueva del minotauro puede ser una patología. Lo que es una patología, y de las graves, es negarlo, exigir que se mantenga quieto como un muerto, gritar por todas las esquinas que si lo removemos, si removemos ese pasado, es como si volviésemos a abrir de nuevo sus heridas. La cantinela de siempre para que las heridas no se cierren nunca. Escribir es hacer memoria, sacar un billete de ida y vuelta para indagar en lo que pasó ayer y regresar con un equipaje lleno de acontecimientos, de nombres y de sitios, de historias grandes y pequeñas -sobre todo de las pequeñas- que permanecían escondidas en la más absoluta inexistencia.

Los libros sirven para eso. Para que sus páginas se abran a un paisaje que desconocíamos o habíamos olvidado. Algunas veces los libros son como el despertar de un sueño interrumpido. Quién no tuvo ese sueño en algún momento de su vida. Quién en algún momento de su vida no vio cómo lo que soñaba se quedaba en pausa o alguien lo había convertido en una pesadilla. Los libros ayudan a que lo que vivimos no sea una trampa como las que ponían en las películas de safaris para cazar a los leones. Por eso es un gozo tener aquí este domingo Trets. Imatges de la transició valenciana, un libro que el próximo miércoles se presentará en el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València. Lo han escrito Josep Vicent Rodríguez y Rosa Solbes. Y digo escrito porque se trata de dos escrituras diferentes y a la vez iguales: la fotografía y el texto. Es un libro para que no se nos vaya de la memoria que aquí hubo un tiempo en que las cosas estaban cambiando y nada de lo que pasó fue un camino fácil de transitar. Al revés. El dictador acababa de morir y la transición a la democracia -a pesar de otras versiones más dulces- estuvo llena de dificultades. Fue un tiempo de ilusión y también de violencia. Ahí, en los textos y las imágenes, están las despedidas a los jóvenes Miquel Grau y Valentín González, asesinados, el primero por el fascista alicantino Miguel Ángel Panadero Sandoval en 1977, y el segundo por un policía que le disparó a bocajarro en el Mercado de Abastos un día de huelga en la València de 1979. Los sueños convertidos en una pesadilla. La transición tuvo mucho de eso. Demasiado.

Habla Rosa Solbes, en el texto de introducción, de cómo el periodismo jugó un papel importante en esos años: «uno de los oficios más apasionantes que se podían ejercer mientras duró la ilusión de un tiempo de esperanzas… Por eso, cuatro décadas después, hemos pensado que vale la pena rescatar algunos de aquellos hechos del olvido de las páginas de periódicos que duermen en las estanterías y fijarlas aquí para el recuerdo». Un oficio apasionante, un tiempo apasionante, un libro lleno de esa pasión que nunca abandonó -y los conozco bien- a quienes lo han escrito. Lo que pasó entonces y bastantes de sus protagonistas. En la política, en la economía, en la cultura, en la crónica social y en los deportes: todo está en las páginas de Trets. Imatges de la transició valenciana. No es un libro para que nos suba la fiebre de la nostalgia. Al revés. Es un libro para que veamos que ningún tiempo es sólo un tiempo sino una mezcla de tiempos muchas veces enfrentados. Reconocernos en ese tiempo es como escapar de la cueva del minotauro y saber que una vez fuera tendremos que buscarnos en lo que fuimos y en lo que ahora somos, sin engaños y con el coraje imprescindible para seguir contando lo que pasó en vez de guardar ese silencio -cuando no directamente recurrir a las mentiras- a que el cinismo tan de moda nos tiene acostumbrados.

El tiempo no acaba con todo. Lo que existió sigue ahí, aunque a veces lo creamos desaparecido. Esta columna y el libro que la inspira son una manera de contarlo: ese viaje con billete de ida y vuelta que antes les decía. Del pasado al presente en un trayecto que todavía hoy sigue siendo como una carrera llena de obstáculos. Por eso se agradece que libros como el de Rosa Solbes y Josep Vicent Rodríguez nos ayuden a saltarlos con una dignidad que ennoblece su propia escritura y la de quienes, en tiempos convulsos, lo dieron todo para que no se nos volviera ceniza la esperanza.