Los informativos se hacían eco esta semana de la decisión de Luis Enrique de simultanear su tarea como seleccionador nacional con la de streamer. Entendemos que sin ánimo de lucro porque tendría que pedir la compatibilidad para ejercer los dos trabajos y no le llegaría el permiso a tiempo porque iba a empezar nada más aterrizar en Doha.

El exfutbolista deja claro que el objetivo es estar más cerca de los aficionados estableciendo una relación más directa, más espontánea, más natural, sin filtros, es decir, sin esos cansinos periodistas, se escucha entre líneas. Seguirá cumpliendo a su desganada manera en las ruedas de prensa porque está estipulado en el contrato.

Los directos de Luis Enrique son lo que me faltaba para declarar mi objeción de conciencia a un mundial que no tenía que haberse celebrado en un país que no respeta los derechos humanos. Hace unos días uno de los embajadores del torneo decía sonriendo a un periodista alemán que la homosexualidad es un daño mental. Una declaración nada sorprendente en un lugar donde está prohibido por ley ser homosexual porque es pecado, como lo era hace no tantos años en nuestro país.

En el reportaje de la televisión ZDF también se hablaba de corrupción, de esos regalos cataríes que circularon antes y después de la adjudicación del campeonato, el primero en un país árabe de Oriente Próximo. Los jeques se compraron el mayor espectáculo global y siguen repartiendo petrodólares al que no le importe publicitar un régimen indeseable desde nuestra mirada democrática europea. Como David Beckham, hasta ahora icono gay, que no ha podido resistirse a 10 millones de libras para promocionar el mundial y los emiratos.

Además, desde que Joseph Blatter anunció en diciembre de 2010 que la sede del Mundial de 2022 sería Catar, el país se puso manos a la obra, con manos de obreros del sudeste asiático en condiciones de trabajo inhumanas. Diversas ONG denunciaron la muerte de miles de trabajadores que The Guardian cifró el año pasado en 6.500, pero estos días una representante de las autoridades cataríes ha afirmado a los periodistas extranjeros que apenas han muerto unos pocos, una mujer a la que tendrán que dar permiso los hombres de la casa para ir a ver los partidos.

«Viva, viva la FIFA; pasta, pasta, eh, eh, comisiones a funcionar, bienvenido a Catar», cantan El Gran Wyoming, Dani Mateo y Cristina Gallego al ritmo del «Waka Waka» de Shakira, sin dejarse a los obreros muertos, el machismo y la homofobia. ¡Qué más da si no hay libertad! Ni cerveza. Pues eso, boicot al Mundial, en TVE y en streaming