De todos los discursos existentes sobre el cambio climático quizás destaque, por su originalidad, el agudo análisis que nos ha brindado, recientemente, la señora Díaz Ayuso. Su negacionismo del cambio climático se desliza sobre raíles surrealistas. En su opinión, el cambio climático ha existido siempre. Un hecho obvio si no fuese porque el que ahora vivimos es fruto de la actividad humana y del desarrollo económico basado en energías fósiles que hemos utilizado con creciente intensidad desde el siglo XVIII. Y es aquí donde la presidente de la Comunidad de Madrid introduce, en un ejercicio de clarividencia, el fantasma ideológico: si ahora se moviliza tanta investigación, inquietudes sociales y búsqueda de políticas verdes no es porque la realidad abone la importancia del cambio climático, sino porque existe un tsunami propagandístico ahormado y alimentado por el comunismo.

En coherencia con este enfoque, la cumbre climática celebrada en Egipto, la COP 27, que supervisa y discute los avances y retrocesos de los objetivos nacionales y globales en la contención de los gases de efecto invernadero, reuniría en realidad a un astuto colectivo izquierdista cuyas consignas se concebirían con el mayor de los secretos en las cercanías del Mar Rojo (¡nada es casualidad!). Una lógica, la de la señora Ayuso, que transforma en agentes dobles a los altos mandatarios de la mayor parte de los países del mundo, norteamericanos y europeos incluidos. Solo la ínsula de Madrid, cual valerosa aldea gala, estaría resistiendo el Armagedón marxista-leninista.

Esta posición, por ridícula que parezca, no merece que se desdeñe ni ignore. Incluso si se trata de una artimaña retórica para desviar la atención de los problemas causados por la política sanitaria de la señora Ayuso, supondría un error eliminarla del debate. Son demasiadas las renuncias con que la opinión pública interesada en el interés general ha respondido a las provocaciones de la extrema derecha y sus acólitos más próximos, entre los que destaca por mérito propio la presidenta madrileña. Mientras la reacción de parte de los demócratas elude el debate porque lo considera cansino, intelectualmente estéril y decididamente vulgar, quienes hacen uso de doctrinas negacionistas y de objetivos contra el bien común ganan adeptos y ascienden a unas instituciones públicas que, ni en sueños, se hubiera pensado que eran capaces de capturar o condicionar.

Puede que algunas creencias no susciten más que una leve sonrisa irónica, como ocurre con los terraplanistas. Otras ya son más alarmantes: así sucede con las que consideran las vacunas una especie de cócteles del diablo. Pero las que intentan tomar como rehén la veracidad del cambio climático, su rápido avance y su estremecedora incidencia sobre la vida humana, la paz y la seguridad, la alteración de los estándares sanitarios y la reconversión económica, son algo más que portadoras de discrepancias y opiniones: son altavoces de mentiras tan malignas como las que ponen en cuestión el derecho a la vida y la igualdad de los seres humanos. Con el añadido de que el avance del cambio climático sigue una evolución propia que, a partir de un momento de inflexión, puede dejar atrás el freno de la acción humana si ésta no acelera su intensidad.

Tal objetivo choca de frente con quienes practican ese anarcocapitalismo que se abstrae o desdeña el interés general de la Humanidad. Son los mismos que rechazan el cambio climático porque, de resultar necesario, impondrá límites a ciertos procesos de producción, al uso de los servicios más contaminantes y a nuestra propia forma de convivencia con el medio ambiente. Son los mismos que, ante las falacias del negacionismo, afirman en la arena de la opinión pública que el ritmo de la transformación climática es lento, encontrándose alejado de los exagerados ritmos estimados, consensuadamente, por los miles de científicos que asesoran a Naciones Unidas. Son los mismos que, aun sin certidumbre alguna, no dudan en defender la existencia de un tecno-ambientalismo providencial que resolverá los problemas suscitados por el cambio climático: una suerte de fe en un poder tecnológico omnipotente, cuando es bien conocido que las invenciones no siguen el ritmo de los anhelos públicos o científicos y que nada garantiza que cada tecnología necesaria se encuentre a punto en el momento y lugar oportunos.

Pero el negacionismo, el diferimiento de la importancia del cambio climático o la elevación de la tecnología a llave maestra de su solución no responden únicamente al flamear de un libertarismo desbocado, marca Ayuso, acomodado a la autodestrucción antes que al reconocimiento de un compromiso, generacional e intergeneracional, que le fastidie la fiesta. Existen fuerzas políticas y económicas potentísimas, internas y externas, que no renunciarán de buen grado a las restricciones en el uso de los combustibles fósiles. La señora Ayuso lo sabe y se siente muy a gusto siendo su propagandista. Una vez más, se utiliza a Madrid como prototipo de lo que desimanta las Españas.