Cuando cursaba octavo de EGB, lo que hoy sería segundo de ESO, si mis cálculos no me fallan, hice una lista de chicos que me gustaban. Recuerdo que con todos sus nombres llenaba casi una hoja del tamaño de una libreta pequeña. Aclaro que acababa de salir de un colegio femenino de monjas y que, por primera vez, se abría ante mí un mundo de posibilidades. Si en esa época hubiera existido el algoritmo, habría tenido serias dificultades para comprender mis tendencias. El pecoso me hacía gracia, el moreno me gustaba de verdad, el rubio me parecía misterioso, el bajo tenía un no sé qué y, así, hasta llenar toda una cara. Con el paso del tiempo, he descubierto que el exceso de oferta, en general, me lía.

Hay restaurantes que destacan por sus cartas interminables. Mil entrantes, dos mil primeros y tres mil principales. Tanto les da ofrecer carnes, pescados, arroces o pizzas y en el apartado de los postres combinan los dulces y tartas caseras con helados dentro de frutas congeladas (ahora mataría por uno de limón). En mi opinión, son el infierno. Para cuando tienes el principal elegido ya no recuerdas qué picada te había hecho tilín y entras en un bucle infinito de carta arriba y carta abajo. Por no hablar de la dificultad conceptual de combinar unos caracoles para compartir con una pizza cuatro quesos como plato principal. Menos es más y el exceso abruma. De ahí que sea fan de los restaurantes que destacan por tener unas sugerencias buenas y concisas. El mejor criterio es el de la calidad.

Mi momento preferido del día es cuando todo está recogido en la cocina, los libros y uniformes están listos para el día siguiente, mi bolsa de deporte está preparada para partir al amanecer y me queda tiempo para tumbarme en el sofá con un cuenco de palomitas y ver algo entretenido en la televisión. Las noticias se me atragantan, los programas de citas me deprimen y no tengo cuerpo para los ‘talk show’. Así que, me adentro en el mundo de las plataformas. Series, películas para ver en familia, de acción o románticas, sección «creemos que te gustará» y finalizo revisando «mi lista». Nada. Solo hay contenidos para adolescentes. Comienzan a pesarme los párpados, miro el reloj y veo que ya es hora de dormir. Me meto en la cama con la sensación real de haber perdido el mejor momento del día apretando botones del mando y viendo los tráileres de las diez películas más vistas en España, sin que ninguno me haya seducido lo suficiente. Primera conclusión, el algoritmo no es infalible. Segunda conclusión, esas plataformas son como telas de araña. Una vez que entras en ellas, te atrapan.

Un estudio de la Maryland and Delaware Entrerprise University Partnership ha concluido que pasamos cuatro meses de nuestra de vida decidiendo qué ver y, más deprimente todavía, una década mirando el móvil. Primera conclusión, hay que reconocer que los informes realizados en Estados Unidos epatan mucho. Segunda, nunca había sentido que tenía tanto dónde elegir y tan poca satisfacción con los resultados. Espero estar a tiempo de rectificar. Un buen libro puede ser una solución. Hacer una lista de hombres atractivos, también. Puede que no logre llenar una hoja entera, pero menos es más.