El último libro de Erri De Luca (Nápoles 1950) lleva por título A tamaño natural. Lo acaba de publicar en castellano Seix Barral y es como un pastel de tinta y varias capas, en este caso distintas historias que eclosionan bajo el fermento de una misma levadura, la relación entre padres e hijos. Son historias extremas, como reza el subtítulo de la edición española y recuerda el propio autor en la introducción. Todas tienen una impronta personal.

El pastel que nos ofrece Erri de Luca no es un hojaldre dulce. Para nada. Tiene un punto de acidez y un regusto amargo. De todos estos relatos, el más sobrecogedor es tal vez El crimen del soldado, una historia que ha reescrito a partir de una versión teatral que permanecía inédita. En ella narra la reacción de una joven cuando descubre que quien creía que era su abuelo es en realidad su padre, quien bajo otro nombre oculta su condición de nazi genocida. No desvelo más detalles, pero sí dos ideas que me parecen cruciales. La primera es que el cuerpo desnudo es lo contrario de quienes exhiben un uniforme. La segunda, que es un error usar el verbo querer para el masculino y para el femenino, que haría falta uno sólo para ellas.

Me produce menos entusiasmo el relato que da título al libro en el que interpola las vivencias del pintor de origen judío Marc Chagall y la historia del sacrificio de Isaac, que su padre se apresta a consumar por orden de Dios. De Luca, a quien su juventud de militancia izquierdista en Lotta Continua alejó de los estudios universitarios, con los años ha estudiado el yiddish y el hebrero antiguo, lo que le ha permitido conocer de primera mano los textos bíblicos. Tal vez por eso, la recreación que hace de este pasaje del Antiguo Testamento está demasiado pegada a las Escrituras. De manera que su texto resulta muy complaciente con los personajes: un Isaac todo sumisión; un implacable Abraham, que en aras de la «obediencia debida» se apresta a matar a su propio hijo; y un Dios que es capaz de someter a un padre a semejante prueba. Su enfoque está en las antípodas del de José Saramago en Caín, su última novela. El Nóbel, de quien se celebra este año su centenario, nos ofrecía allí una visión irreverente y crítica. Decía Saramago que el Señor no era persona de quien fiarse, que lo simplemente humano hubiera sido que Abraham mandara al Señor a la mierda y que era «tan hijo de puta» como el propio Señor.

«Schwer zu sein a Yid», dice un proverbio yiddish, que recuerda Erri De Luca. Sí, «qué difícil es ser judío».