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Alfons Cervera

Algo personal

Alfons Cervera

Argentina 1985

Ricardo Darín

Estamos hechos de memoria. Lo decía Jean Cassou, que luchó contra los nazis y el colaboracionismo francés durante la ocupación alemana. La cultura fue el lugar desde donde ofreció a su país (aunque había nacido en Deusto pronto se trasladó con su familia al país vecino) un ejemplo modélico de antifascismo. Si la cultura no asume esa responsabilidad, siempre nos quedará un vacío, ese hueco por donde desaguará hasta perderse sin remedio en ningún sitio el conocimiento. Por eso es un gozo poder escribir este domingo de una película titulada Argentina 1985. Para que la historia y la memoria no se diluyan en el magma del olvido, esa película nos adentra en el juicio que sentó en el banquillo de los acusados a los responsables de la dictadura militar que un golpe de Estado impuso en ese país desde 1976 a 1983. Siete años atroces de dictadura. Miles de torturas, de muertes y desapariciones. Algunas películas han hablado de eso. También el cine documental y de ficción ha retratado el Chile de Allende, la dictadura de Pinochet y la transición chilena a la democracia. ¿Y en España?

Nunca en España se ha juzgado a ningún responsable de los crímenes franquistas. Se está intentado desde la Querella Argentina. Pero está resultando difícil. Dicen que los sistemas judiciales son diferentes en cada uno de los dos países. En la película de Santiago Mitre, interpretada en su personaje principal por Ricardo Darín, los militares golpistas son juzgados. Y casi todos son condenados a penas de cárcel. Es aquí cuando vienen las comparaciones entre los procesos de transición entre España y Argentina. Allí hubo leyes de punto final que fueron derogadas y eso permitió enjuiciar a los criminales. Aquí tenemos la Ley de Amnistía y el espíritu de la Transición basado en el olvido para que fuera posible la reconciliación. Nunca se ha conseguido esa reconciliación. Las dos ‘Españas’ de Antonio Machado siguen existiendo. La España franquista sigue levantando pasiones en las filas de la derecha y la extrema derecha, que demasiadas veces son lo mismo. La España de la democracia sufre como si los tiempos fueran los de antes de llegar esa democracia.

Se ha dicho y con razón que los procesos transicionales no son los mismos en todas partes. Cada país tiene su historia y pasar de una dictadura a una democracia exige situaciones particulares en cada uno de ellos. Pero hay algo que los une, que une esos procesos o habría de unirlos: la búsqueda de la verdad y la exigencia de justicia y reparación para las víctimas. Sencillamente porque sin verdad no hay entendimiento ni reconciliación que valgan. Y nuestro país sigue pareciendo el país de las mentiras. El PP, Vox y Ciudadanos siguen negando el reconocimiento y el respeto a las víctimas del franquismo. Para esos partidos sólo existen las víctimas de ETA. Las fosas comunes llenas de muerte republicana no existen. Es más, mucha de esa gente piensa y dice que esas muertes fueron merecidas. «Usted ha dicho lo que ha dicho porque después de la guerra no matamos bastante»: así me lo soltó un tipo después de una conferencia mía en un pequeño pueblo valenciano. Así es imposible avanzar en la tan cacareada reconciliación. En Argentina se juzgó a los dictadores y sus cómplices. La verdad se fue abriendo paso en las sesiones del juicio. Los verdugos fueron enfrentados a sus crímenes. Las víctimas sacaron su dignidad a relucir aportando unos testimonios que, a ratos, resultan escalofriantes. El alegato final del fiscal Julio Strassera que interpreta Darín provoca, como digo, escalofríos: «Nos cabe la posibilidad de fundar una paz basada no en el olvido, sino en la memoria; no en la violencia, sino en la justicia». Y acaba casi en un grito: «Nunca más».

Lo único que no me gusta de Argentina 1985 es que se presenta al fiscal Strassera -quien, paradójicamente, no movió un dedo en contra de la dictadura- como el héroe casi único de la historia. La historia siempre es una historia colectiva en la que muchas veces -tal vez la mayoría- destacan las pequeñas gentes y no las que tienen sus nombres grabados en las placas de las conmemoraciones oficiales. No sé si algún día la verdad y la justicia aflorarán en nuestra democracia para alumbrar el horror que significó la dictadura franquista. Difícil lo veo. Pero hay algo que me conforta y que me recuerda Juan Gelman en uno de sus poemas: «… yo nunca aprenderé a restar / quiero decir: a resignarme». Él mismo nunca se resignó. Su hija, su hijo y su nuera fueron detenidos y “desaparecidos” en los primeros momentos del golpe militar en 1976. A su nuera la llevaron a Uruguay y allí dio a luz, antes de desaparecer, a una niña. Se la entregaron a una familia y Gelman nunca dejó de buscarla. Finalmente la encontró en el año 2000 y ese abrazo lo llenaría de una emoción que llevaba más de veinte años persiguiendo. La nieta recuperó los apellidos de su auténtica familia y a partir de entonces se llamaría María Macarena Gelman García. El tiempo no siempre nos aboca al cansancio o a la resignación. La película que les cuento es un buen ejemplo de lo que digo. No se la pierdan, ¿vale? No se la pierdan.

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