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Fernando Soriano

Fuera de compás

Fernando Soriano

Matar a un niño

El cantante Dee Snider Levante-EMV

Unos padres en el parque comenzaron hablando de no sé qué burrada sobre un videojuego en el que tienes que lograr que un bebé se suicide en casa esquivando los cuidados de su padre, bebiendo lejía o electrocutándose, y acabaron hablando de los niños que ponen fin a su vida después de participar en una serie de retos virales que los sume en el miedo, la ansiedad, la depresión y la soledad. Pensaba yo que los chavales que se suicidan ya están, en mayor o menor medida, aquejados por esos males y también por trastornos derivados de mil situaciones dolorosas como las enfermedades mentales, el acoso escolar, la violencia doméstica y otros infiernos más que los empujan, después de mucho sufrir en silencio y por debajo del radar de la sociedad entera, a acabar con su propia existencia.

MATAR A UN NIÑO

Recordé con desagrado cómo Tipper Gore y sus amigos ultraconservadores de la clase política estadounidense demonizaron a mediados de los 80 a un montón de músicos de rock porque incitaban al suicidio, al satanismo, a la corrupción sexual y a la violencia a través de mensajes en sus canciones. Y a Dee Snider y Frank Zappa declarando contra el señalamiento, la condena y la censura de aquel comité inquisitorial.

Sin embargo, también me acordé, esta vez con cariño y admiración, de mis amigas de «La niña amarilla», que luchan a brazo partido por visibilizar una pena muy negra de la que nadie habla. Que ayudan a los medios de comunicación a enfrentarse al monstruo que devora a nuestros hijos con rigor y respeto, utilizando la luz para prevenir y reconocer situaciones que pueden no tener vuelta atrás y pidiendo incansablemente la puesta en marcha de un Plan Nacional de Prevención del Suicidio que ayude a salvar el futuro de nuestro bien más preciado. Mientras tanto, contamos con los teléfonos de la Línea de Atención a la Conducta Suicida 024 o el Teléfono de la Esperanza 717 003 717, que hacen un estupendo trabajo.

Es fácil culpar del suicidio de un adolescente a unos músicos por sus estúpidos y escandalosos mensajes porque dan mucho juego en los medios. Montemos un comité, pongamos pegatinas advirtiendo del contenido comprometido de discos, libros, cómics, videojuegos y otros productos culturales destinados a nuestros jóvenes, centrifuguemos responsabilidades, neguemos que somos una sociedad fallida en cuanto a tratamiento de la salud mental se refiere.

En vez de aumentar el número de psicólogas y psiquiatras en las Unidades de Salud Mental Infantil obviemos las necesidades de miles de familias que ven como el sistema sanitario y de bienestar social no tiene tiempo, personal ni dinero para atender a niños con la autoestima destrozada. Chicos que piensan que sobran en casa y que creen, víctimas de la confusión provocada por desarreglos mentales, que la única solución para hacer felices a los demás, quitándoles la carga de su propia existencia, es suicidarse en un acto que, en su esencia última, acaba siendo inconsciente, irracional e involuntario. Sólo quieren dejar de sufrir dolor, como cuando usted se toma un ibuprofeno.

Ocultemos entre cháchara y promesas sin presupuestar las carencias de nuestro sistema educativo, con profesores poco formados para atender a niños con trastornos psicológicos o vulnerabilidad adolescente. Escatimemos a la comunidad educativa los medios para poder paliar estas deficiencias en lugar de contratar más pedagogas terapéuticas y orientadoras. No hablemos del asunto y sigamos maltratando a nuestros incómodos hijos con castigos absurdos, aislándolos más todavía en recreos, comedores, parques y equipos deportivos. Padres del cole, abuelas de los amiguitos, no mostréis piedad ni comprensión, no es vuestro problema, solo un chavalín que causa situaciones desagradables.

Once personas de suicidan al día en España, algunos son niños o adolescentes. El suicidio de un niño es un asesinato perpetrado por un sistema que pudiendo hacer infinitamente más de lo que hace, está dispuesto a tolerar y asumir una tragedia que, convenientemente silenciada y escondida, queda cobardemente diluida en la responsabilidad de muchos, como otra gota más de agua en un vaso. Solo que estas gotas son de sangre y el vaso ya está colmado.

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