Eternamente Pablo
De repente la noche se transfiguró y la emprendió con los árboles y con cualquiera que saliera al paso. Los pulmones del viento se llenaron de aire con ráfagas que sobrecogieron al vecindario dejando en silencio los salones de las casas. Una fuerte descarga de agua se sumó a la coreografía, aunque el efecto más distintivo fuese cómo silbaba aquello. De madrugada dejaba de latir el corazón de Pablo Milanés. El clima revuelto no era sino la furia.
Los jóvenes de entonces que tuvieran problemas para lanzarse, casi todos, se refugiaban en el utilitario las tardes de tortolitos, dejaban que él les facilitase el paso más complicado y cuando sonaban los acordes que anunciaban la primera estrofa el trabajo estaba hecho: «Esto no puede ser más que una canción/Quisiera que fuera una declaración de amor/Romántica sin reparar en formas tales/Que ponga un freno a lo que siento ahora a raudales». La voz, el sentimiento procedente de La Habana se convertía en el termómetro infalible para distinguir si los instantes que vendrían a continuación estarían rebosantes de una sensibilidad compartida o era mejor dejarlo antes del prendimiento final: «Yolanda/Eternamente Yolanda». Intuyo que el ínclito Iglesias soltará en breve que se nos ve el plumero.
Han pasado siglos y el plumero no, pero sigue poniéndose la piel de gallina al evocar el «Yo pisaré las calles nuevamente/De lo que fue Santiago ensangrentada/Y en una hermosa plaza liberada/Me detendré a llorar los ausentes». Junto a la estirpe de trovadores de la época, el chaval del pelo ensortijado puso pies en polvorosa tras pasar cautiverio en un campo de trabajo y penurias por Camagüey de donde salió componiendo bellas historias de amor con poso de amargor como «Para vivir» en la que al verse a sí mismo refleja el «tremendo cansancio» de «este tiempo perdido que nos deja vencidos». De no ser por él aún habríamos llegado peor al actual.
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