LA DOS

Viento del Este, viento del Oeste

Tonino Guitian

Tonino Guitian

Mi primer encuentro con el movimiento de los indignados fue en la Puerta del Sol. Jóvenes de entonces, convocados por la plataforma Democracia Real Ya, consideraban que los ciudadanos no estábamos representados ni éramos escuchados por los políticos. A través del ciberactivismo exigían, de esto hace ya once años, un cambio en la política social y económica con el hashtag #nolesvotes.

Acudí a la plaza del Ayuntamiento en mayo, para informarme de cómo respiraba aquí este movimiento. Uno de los participantes me explicó, entre otras cuestiones como el trabajo y la vivienda, que nuestro problema era creer en la ilusión pasajera de unas votaciones que el sistema utilizaba para mantener su estructura sin cambiar sus cimientos.

Créanme que me sedujeron estas propuestas esperanzadas que querían darle la vuelta a todo. Excepto la de no votar o votar en blanco, porque siempre he sido muy reaccionario. En julio los indignados desaparecían de las calles de València y el 20 de noviembre, el Partido Popular liderado por Mariano Rajoy Brey obtenía en el Congreso de los Diputados una considerable mayoría absoluta con 186 escaños, 32 más que en 2008. Esta legislatura no derogó las leyes de Zapatero, fue pionera en el uso del plasma presidencial, batió el récord de decretos y nos añadió, sin que hasta hoy piensen en retirarla, una ley «mordaza» que nos hermana con la lejana China.

Hay un dicho chino aparentemente simple que habla de todo esto: «o es el viento del Este que vence al viento del Oeste, o es viento del Oeste el que vence al del Este». Indica que todos los poderes son tigres de papel que acaban mojados por las lluvias de la realidad. Muchos de mis amigos creyeron que nuevos partidos, alejados de los poderes de siempre, atrancarían definitivamente las puertas giratorias, instaurarían el voto directo, revisarían la utilidad de las autonomías, disolverían el Senado, dignificarían el poder judicial, abrirían vías de diálogo ciudadanas, mejorarían el sistema educativo y sanitario, moderarían los monopolios o terminarían con las ventajosas jubilaciones de los políticos.

Hoy, lo de jubilarse es la única ilusión de mis amigos. Están hastiados de los alumnos, de las farmacéuticas, del arte o de la arquitectura, son ajenos al combate en las redes. ¿Qué les ha llevado a esto? El día que lo entendí, yo estaba cenando con una periodista free-lance y su novio, profesor universitario, que me explicaron dos tesis. Una era que los españoles habían conquistado América por odio hacia los nativos. La otra era que los homosexuales habían creado la moda de los años sesenta por su eterno odio hacia las mujeres. Sostuvieron estos delirios apoyándose seriamente en clichés que mezclaban siniestras intenciones psicológicas con datos retorcidos aparentemente novedosos. El mundo había sido construido por una confabulación del mal y había que repararlo mediante la doctrina del bien y nuevas leyes globales. Sofismas-anzuelo, disfrazados de derechos legítimos.

Yo había sufrido en la universidad lo que es el relativismo, lo anticientífico y lo antipositivista. Pero en la literatura, donde no puede dar quebraderos de cabeza más que a los estudiantes. Aplicadas a pies juntillas, estas doctrinas a la biología, historia, derecho o economía, ocasionan un caos palpable. Cada alumno plantea una nueva tesis para abrirse paso en lo académico y los análisis pasan de revolucionarios a ser únicamente inteligibles por las manías personales de cada futuro profesor. No hay que saber lo que es la santidad, pero hay que aventurar si Santa Teresa era judía, lesbiana o consumidora de drogas transgénicas para interpretarla. Lo importante es reinventar todo para colocarse y jubilarse.

El relativismo es la solución de quien es incapaz de poner las cosas en orden. Sus seguidores no renunciarán a su error hasta que no pase de moda. Y como no se dispara un fusil contra las ideas, solo cabe esperar que se las lleve el viento. O dedicarnos a la botánica.

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