El congreso, un patio de vecindonas

Alberto Soldado

Alberto Soldado

La opinión pública tenía, no hace tantos años, la posibilidad de expresarse a través de las Cartas al Director, y éste se reservaba el derecho de publicarlas o no. Si su talante era democrático, la publicaría siempre y cuando su contenido mantuviese el sagrado derecho al honor del posible afectado y las expresiones expresadas se ajustasen a los cánones de la corrección en el lenguaje. Por encima de todo, la educación.

Ha llegado la prensa digital, toda ella en feroz competencia por acumular lectores. Lo que en tiempos de la prensa de papel se reservaba para la portada, una vez al día, con su editorial correspondiente, ahora se convierte en una voracidad contra el reloj. Se trata de captar la atención con los titulares más impactantes, que continúan con la apertura a los comentarios abiertos a la “ciudadanía” que allí tiene oportunidad de derramar su bilis acumulada con insultos y amenazas. Es la voz del pueblo, sin tapujos, ni filtros, tal cual se puede expresar en un grupo de amigos afines ideológicamente con cuatro copas de más. Nunca las mentes más pobres, enfermas de odio, han tenido tanta libertad para manifestarse. Ya no hay código penal que pueda con este sistema de vómitos contra los principios que siempre rigieron el debate público.

Uno hace un ejercicio de memoria y como valenciano hago pública mi vergüenza. Buena parte de este mal estilo comenzó en esta tierra y con aquel programa llamado “Tómbola”,  de Canal 9,  donde por primera vez en la historia de la televisión se rompieron los moldes de la cortesía y del respeto a la vida privada de los demás, por muy famoso que fuera el aludido. Aquella fue la primera telebasura. Pero la telebasura entretenía porque normalizaba a los antiguos “patios de vecindonas”  aquellos que escribía Rafael de León. Se rompieron las normas de convivencia y que hoy traspasan todas las líneas en “Sálvame”. Nunca hubo un juez valiente en España que mandase a una pareja de la guardia civil con tricornio, bigote y mosquetón para paralizar la emisión en directo de tanta porquería. Todo está permitido por la suprema razón de la audiencia. La audiencia significa publicidad y sueldos millonarios para los productores de inmundicias. Asco. Una solución sería denunciar el apoyo de las casas que se anuncian en dichos programas. Momento que aprovecho para recordar los grandes programas divulgativos que se ofrecían en la TVE de sus primeros años como el inolvidable Estudio 1. ¿Recuerdan a José María Rodero en su impresionante interpretación de “Calígula”, o “Doce hombres sin piedad” o espacios de debate político de altura, como “La Clave”, ya en tiempos democráticos.

No debe extrañarnos el actual clima de crispación. El Congreso acabará, se ha convertido ya, en otro patio de vecindonas. Los diputados buscarán la mayor audiencia, con vestimentas, carteles o expresiones radicales que serán trasladadas a los diarios digitales para animar a los odiadores a seguir la rueda de la creciente crispación. Debates que nada tienen que ver con las preocupaciones reales de la población. Y así, la ciudadanía, sumisa, se aleja de la cultura y se refugia en la indiferencia. La juventud  aparece hoy adormecida, sin fuerzas, agotada. Drogas y pornografía al alcance de los más pequeños convierten sus cerebros en esclavos del individualismo. Y por si fuera poco se fomenta en las escuelas el descubrimiento del placer desde la más tierna e inocente infancia en algo que entra de lleno en el terreno de lo penal si no fuera porque el nihilismo más radical se ha apoderado de todos. También del código penal.   

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