Mi última noche con Serrat

Joan Manuel Serrat en su último concierto de su gira mundial de despedida.

Joan Manuel Serrat en su último concierto de su gira mundial de despedida. / Lorena Sopêna

Elena Lis

Elena Lis

 Tendríamos unos 7 años. Mi hermano Jorge y yo pasábamos la tarde en casa de nuestros amigos Teo y Edu. Creo que yo tuve la iniciativa de que los cuatro montáramos un grupo que se llamara Ajedrez ( en vez de Parchís) y, por supuesto, me pedía ser Yolanda: la guapa del pelo largo, la de amarillo. No había más chicas así que la competencia estaba controlada… Recuerdo que un día entramos en el salón y ahí estaba el padre, sentado en una butaca escuchando música. “A mi el que me gusta es Serrat”.

Ese apellido se me grabó, por ese extraño misterio que teje los hijos de la memoria. No me gustó nada. En mi mente, sin haberlo visto nunca, Serrat tenía que ser un tipo gordo y barbudo. Mayor y feo. No fue hasta varios años después, en el inicio de la adolescencia, en el que su música irrumpió en mi vida con fuerza y ya nunca me abandonó. Recuerdo cantando a gritos Mediterráneo con mi amiga Mara y analizando cada estrofa de la canción. En esa mezcla polivalente que siempre ha caracterizado mis gustos musicales, me grabe una cassette en la que mezclaba La Polla Récords con los versos de "Caminante, no hay camino..."

Golpe a golpe, verso a verso me fui haciendo mayor. Y, sin darme cuenta, de repente han pasado casi 40 años y estoy sentada con mi pareja en el Palau Sant Jordi de Barcelona para asistir al último concierto de Serrat. Ya lo vimos en junio en Valencia pero este es el último de verdad. “Me despido a mi mismo” bromea. La emoción se palpa, aunque nos prohíba la tentación de “caer en la melancolía y la nostalgia”. No quiere llorar pero hasta su última guitarra se resiste a terminar y la tiene que cambiar por otra. El avi, la tieta, la calle... todo sabe a despedida. Hasta el planeta parece decir adiós, como ya advertía él en su canción Pare, en 1973. “Pare, digueu-me que li han fet al riu que ja no canta”. Habla durante un rato del cambio climático y la destrucción de los océanos. “En mi opinión este es el principal desafío al que tiene que hacer frente la Humanidad”, sentencia. Me alegro de que haya varios políticos en las gradas, entre ellos el presidente del Gobierno.También el mar parece alejarse. El Mediterraneo luminoso de su infancia ahora es “un sarcófago” que se traga a miles de invisibles cada año.

Y Serrat se despide con besos y abrazos de cada uno de sus músicos. Entre ellos el entrañable Ricard Miralles, su fiel pianista y compañero de vida. Agradecimiento especial para su mujer y toda su familia. Los que están y los que estuvieron. Lanza un beso al cielo al recordar a su madre, la que “solo” pedía salud para ella y sus hijos “y, para mi marido, trabajo”. Y coge la guitarra. Se lleva los labios a la palma de su mano y luego acaricia con ella el escenario, como quien se despide con gratitud de su perro sin saber si lo volverá a ver. Y nos deja emocionados, a la intemperie de los recuerdos.

“Esto es como morir un poco”, me dice Alfons a la salida, con su habitual pesimismo. Pero no. Esto vivir y haber sido testigos de una noche mágica, algo que ya nadie nos podrá quitar: el privilegio de asistir al último concierto de Serrat.

Y si, lo habéis adivinado, el grupo Ajedrez se disolvió antes de grabar su primer disco.