El Mirador

La libertad de conciencia en la política

Jesús Miguel Jornet

Jesús Miguel Jornet

Hace años, cuando comenzó la España regulada a partir de la Constitución de 1978, recuerdo que en diversos temas de debate en el Congreso de los Diputados y en el Senado, algunos diputados y senadores, alegaron la libertad de conciencia para explicar su voto, distinto del que se había acordado defender por sus partidos.

Si no recuerdo mal, fueron pocos casos y se referían a temas como el aborto o el divorcio. Parece que otros temas que implicaban a la ciudadanía, su convivencia en libertad, el trabajo, o el diálogo social, o no tenían que ver con la conciencia individual o el consenso prevalecía, provocaban menos interés por manifestar las opiniones individuales.

En la situación actual, se observa que los partidos han acabado consolidándose como grandes empresas (de empleo, fundamentalmente…) y parece obvio que ‘el que se mueve, no sale en la foto’. Ahora que se acercan elecciones autonómicas y ya se está trabajando por las futuras nacionales, moverse es más peligroso. Lo apropiado es seguir ejerciendo, sea como representante de partidos que gobiernan o de la oposición, como palmeros del reino. Da igual si lo que se plantea es contrario a lo que hayan manifestado anteriormente o, incluso, haya aparecido por escrito en los programas electorales y se esté defendiendo o votando lo contrario. Lo importante es seguir siendo ‘la masa que apoya’ a su partido, esté en el gobierno o en la oposición.

Llama la atención cuando algún diputado señala que otros cargos del Estado, como por ejemplo los jueces, no han sido elegidos por votación popular (no tienen porqué serlo, aplican las leyes, no legislan). Y no es llamativo porque no tenga razón quien lo esgrime, sino porque quien lo señala omite decir que ninguno de los elegidos (sean diputados nacionales o autonómicos, o representantes municipales…) tampoco han sido elegidos personalmente. Salvo casos puntuales (los primeros de las listas o los senadores) o, en elecciones municipales de pueblitos en los que todos se conocen, en los que sí que se vota pensando en las personas que se presentan y en menos ocasiones a los partidos que representan.

En nuestra opinión, que se requieran 3/5 de los votos para elegir a miembros de órganos judiciales, no es ninguna tontería. Se arbitró así para que se favoreciera cierta independencia del poder judicial y fueran representativos de una mayoría ciudadana. Como están tratando el tema gobierno y oposición, jugando sus cartas según su conveniencia, nos ha llevado a un choque de trenes indeseable; ninguno lo está haciendo peor que el otro. Rebajar el criterio a la mitad más uno para la elección (que es lo que puede reunir el gobierno obviando a la oposición), se defiende por parte del gobierno como más democrático que el bloqueo constante que está realizando ésta última. Ninguna de las opciones está justificada democráticamente. Lo único aceptable sería desbloquear el tema dialogando todos los partidos, no cambiando las normas de juego.

Los partidos, como empresas, se han ido afincando en un mal uso del poder de representación: pocos de los elegidos han sido votados directamente por ser quienes son. El pueblo vota a unas siglas, no a las personas, salvo en algunos casos. Por ello, también probablemente y quizás, la responsabilidad individual cada vez brilla más por su ausencia. Lo importante es ser parte de la masa que apoya a los gobiernos (nacional o autonómicos) o a la oposición, y estar ocupando un cargo -y recibiendo un salario- que, si se les hubiera podido elegir personalmente, probablemente muchos de ellos no estarían ocupándolo.

El barullo que se está montando, si se exigieran responsabilidades individuales a cada uno por lo que hace, es posible que obligara a que se recuperara el sentido de la libertad de conciencia. Ahí sí que tenemos una asignatura pendiente como democracia y, también quizás, sería uno de los temas clave a revisar: el modo en que se elige a nuestros representantes. Seguramente muchos de los que lean estas líneas, en algún momento habrán pensado que ellos votaron a alguien que en la actualidad no está ejerciendo su representación del modo en que creyeron que lo haría ¿Qué podemos hacer? Esperar a que se pueda votar de nuevo y nos encontraremos con lo mismo: siglas sin responsabilidades individuales. Si no hay libertad de conciencia, tampoco hay responsabilidad individual. Como muestra del ejercicio de la educación ciudadana es un mal ejemplo. Habría que pensar cómo corregirlo. No es fácil, pero hay que intentarlo. Si se modificara ese aspecto dirigiendo los votos hacia personas (como para la elección de senadores), probablemente sería muy diferente el resultado y se podrían pedir responsabilidades personales. Mientras tanto, a seguir con las masas y a vivir la política emocional y de ficción que se ha instaurado como algo normal, produciendo una gran desafección en la ciudadanía.