Picatostes

De l’Any Fuster al Año Nino Bravo

Carles Gámez

Carles Gámez

Nadie nos podrá negar a los habitantes de ese territorio que se extiende del Sènia al Segura nuestro talento a la hora de realizar «el más difícil todavía», un triple salto mortal o acrobacia estilística que encadena como el que no quiere la cosa el centenario del autor del Diccionari per a ociosos con el baladista de «Te quiero, te quiero» cuando se cumple el medio siglo de su trágica desaparición. Nuestras instituciones han decidido que después de celebrar l’Any Fuster, una conmemoración que ha tenido entre otras virtudes el rescate de las crónicas que el ensayista escribía en algunos periódicos, nos unamos «tots a una veu» para celebrar la figura y la música del cantante de Aielo de Malferit. No sé todavía, porque tampoco he leído más información, en qué consistirá este «Año Nino Bravo» que inauguramos y como se concretará, pero como estamos en año electoral alguna cosa habrá que hacer y a ser posible que arme un poco de ruido. ¿ Que tal una gran concentración de bandas de música del País interpretando las canciones del cantante, seguido de un espectáculo pirotécnico armonizado por las melodías más insignes de su repertorio? No sé si hay prevista alguna exposición o mostra que recoja esos años, entre la década de los sesenta y los setenta, el periodo que abraza la vida artística de Nino Bravo, en que la industria musical y el espectáculo en España conoció una gran transformación: El renacimiento de una canción neorromántica después de la explosión pop y de beatlemanía, la consolidación del álbum discográfico como proyecto creativo y de consumo, la emergencia de una canción de autor de acento lírico y social, la llamada «música progresiva» y la irrupción de creadores heterodoxos, la discoteca como espacio de libertad, los nuevos compositores y letristas, el tándem Pablo Herrero y José Luis Armenteros y canciones como «Un beso y una flor», «Libre», y nueva vía de una canción mainstream o de proyección popular de calidad etc. Argumentos todos ellos que enmarcan la trayectoria artística del cantante en una España que comenzaba a aflojarse el corsé franquista mientras se hinchaban los nudos de las corbatas y las solapas de las americanas.

Cuando se trata de artistas que han desaparecido prematuramente es normal que surjan las preguntas sobre lo que hubiera podido ser o dar de no haberse interrumpido. Hoy Nino Bravo, a sus casi 79 años y con más de medio siglo de carrera musical, como otros artistas habría vivido las convulsiones de la industria discográfica, habría pasado por algún bache o crisis como todos los cantantes o músicos que cuentan con una vida longeva. Su proyección en América y en el mercado latinoamericano seguramente rivalizaría con otros artistas españoles y sin duda habría entrado en esa categoría de clásico popular. A lo mejor, hasta lo veíamos participando como jurado en alguno de esos programas de talentos musicales. En el plano estrictamente musical quiero pensar que habría afrontado proyectos ambiciosos, profundizando en géneros y estilos a los que ya se había acercado. No es ingenuo imaginarse un Nino Bravo retomando la energía del rock and roll de sus inicios o de un género como el soul. Ahora todo esto ya es territorio para visionarios, fans especulativos o seguidores de la ciencia-ficción.

A la espera de nuevas noticias sobre el Año Nino Bravo, me entero con aflicción lectora de la separación de Isabel Preysler y el escritor Mario Vargas Llosa, una pareja que uno, en su candidez, ya suponía para toda la vida y bendecidos por el contigo, pan y cebolla. A estas alturas, ya no sé que le puede deparar el corazón y futuro sentimental a la que fuera en otros tiempos, la reina de Porcelanosa y de los bombones Ferrero Rocher. Después de un cantante, un marqués, un ministro socialista y un Premio Nobel, igual le cae en suerte un juez divorciado del Tribunal Constitucional. Como a Brigitte Bardot, seguramente la señora Preysler cada vez que se enamora piensa que es para siempre. Y eso de restar como la pareja y amante aunque fuera de todo un Nobel no le resultaba lo más decoroso. Vamos, que como la protagonista del «Romance de la otra» que cantaba con tanta sabiduría doña Concha Piquer no estaba dispuesta a ser «la otra, la otra/ y a nada tengo derecho/ porque no llevo un anillo/ con una fecha por dentro».