Algo personal

Dibujar los sueños

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Decía Max Aub que somos de donde estudiamos el bachillerato. Creo que no se refería el escritor al sitio donde cursamos esos estudios sino al sitio donde vivimos la adolescencia. Porque si no es así, la cosa sería una miaja injusta: quien no ha estudiado el bachillerato será siempre alguien que no es de ningún sitio, como cantaban los Beatles en Nowhere man. Yo lo estudié en Llíria, y ahí siguen mis amigos de siempre, desde que a los once años fui con mi familia a vivir en ese pueblo -ahora una gran ciudad- del Camp de Túria. Entonces yo quería ser hornero, como mi padre. Con él y con mi hermano me tiré hasta casi los treinta años currando por las noches en ese oficio que todavía considero como el más mío entre todos los que ejercí a lo largo de mi vida. También, después de hornero, quería ser futbolista, como Gensana, un medio volante -como se decía entonces- que jugaba en aquel fantástico Barça de Kubala y Ramallets. Mi tercera vocación era la de dibujante. A los trece o catorce años quien no sueña es porque no quiere, o porque muy temprano se ha dado cuenta de que los sueños son muchas veces una estafa. Hoy quiero hablar de aquella afición mía a dibujar, como si al fondo del horno moruno hubiera entrevisto, entre la leña encendida y el pan de madrugada, un cuadro de Goya o de Picasso. Estudié en la Academia Edeta de Llíria los cuatro años del Bachiller Elemental. Luego pasaría a la Almi y ahí, cuando llegaba Navidad, llenaba las pizarras con escenas de los Reyes Magos y el nacimiento del niñito Jesús en el portal de Belén. Incluso tuve la fortuna de pagarme la Academia dando clase de dibujo a los cursos inferiores de bachillerato. Dibujo artístico, se llamaba eso. Antes tuve un profesor que era una pasada: don Manuel Miguel. Aún guardo el álbum de papel Canson con lo que yo dibujaba en aquellos años. Cabezas de leopardos, jirafas y leones, el Guerrero del Antifaz y El Capitán Trueno, columnas griegas, una copia de Las hilanderas que no he encontrado en ninguna parte. No creo que esté en las paredes de algún museo sustituyendo a la versión original de Velázquez para engañar a los turistas y a los críticos que, como en todas las disciplinas artísticas, van de estupendos por la vida. Entonces sólo había institutos de Enseñanza Secundaria en las capitales y en las ciudades grandes. Era en esos institutos donde nos examinábamos al final del curso. Nosotros íbamos al Josep de Ribera, en Xàtiva, aunque en aquel tiempo Xàtiva era Játiva y al pintor le habían cambiado el nombre por el de José. Cosas de las prohibiciones franquistas, hoy tan añoradas por nuestras derechas inflamadas de nostalgia.

Dibujar los sueños

Dibujar los sueños / Alfons Cervera

De aquel instituto, me acuerdo del profesor de Lengua Ángel Lacalle y, sobre todo, de otro que lucía larga melena y pinta de sabio de laboratorio que se llamaba Rafael Pérez Contel: nos examinaba de dibujo y tenía familia en Llíria, un poco más arriba de nuestro horno en la calle Mayor. La verdad es que imponía mucho, ese profesor. En uno de los exámenes nos dejó una escena rarísima: no sé qué le habrían dicho unas monjas y las sacó del aula a cajas destempladas. Éramos unos críos, pero ya intuimos ese día que el profesor de larga cabellera era poco amigo del gremio que representaban esas jóvenes enlutadas. Pasaron muchos años y pude conocer quién fue de verdad Rafael Pérez Contel, uno de los intelectuales que había defendido la legitimidad republicana y estuvo tres años en la cárcel después de la guerra, que había trabajado con los colegas más importantes del momento y que nunca abandonó su lucha por la libertad y la democracia, una libertad y una democracia que tanto están costando asentar en un país tan desmemoriado como el nuestro. Tiempo después también supe que el viejo profesor había nacido en Villar del Arzobispo, un pueblo muy cerca del mío y donde tengo muchos de mis mejores amigos, curtida, esa amistad, en las inacabables luchas por conseguir una Serranía que no sea una vergüenza. Hace unos días, mi amigo Toni Tordera me hizo un regalo que nunca le agradeceré bastante: un librito titulado Trigo, Harina y Pan en Refranes, con grabados de linóleo de Rafael Pérez Contel: «Al vivo, la hogaza / y al muerto la mortaja», o «Agua de San Juan, / quita vino y no da pan». Así hasta cien refranes, muchos de ellos auténticos desconocidos para mi escasamente curtida sapiencia refranera. La noticia grande es que en abril y mayo Xàtiva y Villar del Arzobispo se juntan para organizar una exhaustiva muestra de los trabajos artísticos y la vida y compromiso de Pérez Contel: todo bajo la dirección del profesor Alejandro Macharowski. Sus dos pueblos en este homenaje que me lleva a tantos años atrás, cuando yo era un crío y él un sabio profesor de dibujo que nos deslumbraba a quienes entonces cursábamos el bachillerato. Seguramente es verdad que, como decía Max Aub, somos lo que fuimos en la adolescencia, cuando el único horizonte que veíamos a lo lejos era el de los sueños. Y hablando de los sueños de un joven aprendiz de dibujante: ¿dónde demonios habrán ido a parar mis hilanderas prófugas? Dónde.