La ventana
Ese mundo paralelo
Sale Nadal. Son allí las tres de la tarde del lunes en que arranca el torneo y el coliseo de Melbourne está a reventar. La grada vibra con la aparición del vigente poseedor del título por quien nadie daba un duro en la final contra el ruso Medvédev, cuyo fuerte está lejos de ser la empatía, durante la que no hubo cristo que resistiera sin estar al borde aunque los capítulos postreros de Rafa en el año que se evaporó quedaron con renglones torcidos. La familia se ha acercado al completo hasta las Antípodas. En la previa de ver el partido inaugural para los contendientes he regresado andando y no muy lejos me he topado con un padre dándole lecciones a quien supongo que es su hija. No es la primera vez que me detengo por la de voces y presión que le mete a la chiquilla conminándola a que devuelva la bola tal como le indica y, sin embargo, es para verlo golpear a él. El McEnroe que llevo dentro está a punto de gritarle: ¿Lo ves, hombre? No solo los número 1 son de otro planeta.
Ha empezado el choque en el que el objetivo nítido del manacorí es recomponerse para dar de sí todo lo que pueda como siempre ha hecho, ahora ya en el tramo final de la carrera que a saber cuánto durará con ese nunca darse por vencido que lo ha caracterizado manteniéndolo en la cumbre ni se sabe. Tiempo atrás Rod Laver no era un estadio central como es este en el que se disputa el primer Gran Slam del calendario sino un zurdo de diamante que liquidaba contrarios en cualquier superficie mientras que los nuestros solo pitaban si acababan rebozados en tierra. Con la era moderna eso pasó a mayor gloria y ahí está el más grande de la hornada en el afán de continuar alimentando la leyenda. Para ello ha de superar a un rival cuyo apellido es el mismo del protagonista de «Mad Men» que no cedía un centímetro en su pelea por conservar la cima alcanzada. A Draper, pero Jack no Don, aún le queda para asomarse a ella si es que alguna vez lo logra pese a dar guerra medio cojo y con un cortocircuito en la tráquea.
Por lo que más quieran: ¡Salvad a la cría!
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