tribuna

Jesuitas se confiesan

Alejandro Mañes

Alejandro Mañes

Un amigo, condiscípulo en el colegio, pedagogo y fundador de Acicom, José Ignacio Pastor, me plantea lo que jesuitas aportan sobre su vida personal, y otras cuestiones de actualidad, a través del libro de Valentí Gómez-Oliver y Josep Maria Benítez-Riera, Confesiones de jesuitas, que incluye entrevistas con algunos jesuitas, Pedro M. Lamet, José Ignacio Martínez Faus, o el fallecido Miquel Batllori, entre otros, por citar algunos de edades y procedencias distintas, que está previsto se presente, en el Centro Arrupe de València, por Valentí Gómez-Oliver, y Jaume Tatay, otro de los jesuitas entrevistados, junto a Abel Toraño, director del Centro Arrupe, y el propio José Ignacio Pastor.

Decía, José Luis López Aranguren, adaptando al ámbito escolar un texto similar de la Ilíada, que, «lo que nuestros maestros se propusieron activamente enseñarnos lo hemos olvidado, mientras que lo que nos mostraron de sí mismos, porque lo encarnaban, eso permanece». Así, tras la celebración del 500 aniversario de la conversión de Ignacio de Loyola, observo la resultante de ese otro vasco, que fue Pedro Arrupe, superior general jesuita, donde puede leerse casi textualmente, que nuestro origen, estudios, o afiliación no deben «protegernos» de la pobreza, incluso de la vida sencilla, y de sus preocupaciones cotidianas.

Hace ya treinta años de la muerte de Pedro Arrupe, en 1991, y, hoy, su enorme legado, ponderado por muchos jesuitas, y por quienes no lo son, supone un reconocimiento a su visión renovadora del ideal evangélico de la justicia, y a su compromiso con la labor social. Pedro Arrupe sufrió, en su momento, la incomprensión de muchos por su visión renovadora de la Compañía de Jesús, y el tiempo demostró que supo adelantarse a los cambios que impulsaría el propio concilio Vaticano II.

Fue en València, donde se celebró, hace ya casi cincuenta años, 31 julio al 1 de agosto de 1973, el Congreso de la Confederación Europea de Antiguos Alumnos, en el cual la presencia de Pedro Arrupe, fue carismática y estimulante. Su conferencia, «La promoción de la justicia y la formación», la idea de la justicia, interpretada a la luz de los Evangelios, y la formación, con el propósito de formar hombres «para los demás», y, «con los demás», como añadiera su sucesor, Peter-Hans Kolvenbach, resultó providencial.

En, Confesiones de jesuitas, el resultado es plural desde la diversidad y hondura de vidas tan distintas en las que subyace el magisterio de enseñanzas que, desde hace siglos, vienen acompañando a miles de personas en todo el mundo. Un compromiso social que ha estado presente en la actuación de los jesuitas en defensa de los más necesitados, con un testimonio aleccionador, para afrontar el reto que nos afecta a todos, de garantizar que todos los hombres y mujeres puedan vivir con dignidad.

El actual superior general, Arturo Sosa, reivindicaría desde sus primeras palabras, que venía a, «trabajar por lo que hoy parece imposible: una humanidad reconciliada en la justicia». Nacido en Venezuela, Arturo Sosa, es especialista en cuestiones sociales, políticas y económicas, y su elección viene a suponer dotar de un excelente compañero al Papa Francisco, en estos momentos tan complejos, en su intento de contribuir a solucionar cuestiones pendientes en el mundo y concretamente en el subcontinente latinoamericano con la, «búsqueda de alternativas para superar la pobreza, la desigualdad y la opresión». La búsqueda de la verdad desde la educación hasta llegar a la inculturación en la realidad social de los diferentes pueblos, son notas permanentes que han inspirado a los jesuitas desde su constitución.

El libro, Confesiones de jesuitas, nos acerca más, si cabe, a una realidad que conocimos y que, con el tiempo, ha evolucionado, con un mismo compromiso social - «nos espanta que podamos dar respuestas de ayer a los problemas de mañana», diría Arrupe - sabiéndose adaptar a una realidad cambiante que no puede dejar de considerar lo que Andrea Riccardi cuestiona sobre la crisis de la Iglesia, La Iglesia arde, y ante lo cual los jesuitas han sabido cambiar con los años, adaptándose a las nuevas circunstancias, manteniendo el espíritu de su fundador de situarse en la vanguardia de los acontecimientos.