VIENTO ALBORNÉS

Laicismo o barbarie

F. Javier Casado

F. Javier Casado

Las leyes y la administración de los estados o agrupaciones de estados deben llevarse a cabo desde el más estricto laicismo, ergo jamás pueden estar sometidas a una o más religiones que no son compartidas por toda la población y si aparentemente lo son, entonces es que ya ha triunfado la barbarie. Cabe precisar que laicismo es un concepto, como republicanismo o radicalismo, siempre malentendido por una atroz mayoría de la sociedad española y que no podemos achacar al creciente analfabetismo funcional, según datos oficiales de enero, pues son palabras desvirtuadas verticalmente en España y con especial saña entre parte de la clase política y la profesión comunicadora. Por ello seguimos teniendo que insistir en que el laicismo no ataca a la religión, ni el pensamiento republicano tiene nada que ver con las periclitadas monarquías que en el mundo somos y, desde luego, el radicalismo es la acción sociopolítica que aborda los problemas desde su raíz estructural y no quemando contenedores de basura.

Que los avances tecnológicos no vienen acompañados siempre de un progreso humano también puede parecer una obviedad, pero poco podíamos imaginar que el nuevo milenio y siglo XXI, en nuestro cristiano calendario, iba a comenzar con un recrudecimiento de las guerras religiosas que marcaron la Historia medieval y moderna, internas entre ramas del cristianismo o el islamismo de diversas naciones y exteriores entre naciones cristianas e islámicas, con todo tipo de variaciones matemáticas en el tiempo. Hemos visto desde 2001, año del atentado contra las torres gemelas de New York, florecer y agostarse las primaveras árabes, mantenerse enquistadas las guerras o conflictos desde Turquía hasta Marruecos y por detrás Irak-Irán, Afganistán o El Sahel. Sin olvidar el salvaje terrorismo islamista con los más variados medios y en los más diversos lugares, incluidos Madrid o Barcelona. El mal llamado «radicalismo islámico» ni es radical ni representa a los fieles musulmanes en su mayoría. De Alí Hoseiní Jamenei, ni pío.

Iniciada la tercera década del siglo parece que se va concretando la todavía peor denominada contraofensiva «cristiana radical», que tampoco es radical y no responde a los principios del cristianismo, pero una de sus ramas, los evangélicos, según san Donald John Trump o san Jair Messias Bolsonaro, suponen un tercio del electorado en los dos países que respectivamente tienen más peso tanto en América del norte como en América de sur y ya han gobernado un cuatrienio en ambas naciones, sin reconocer sus derrotas en las urnas y preparando literalmente al asalto su regreso, con ideas basadas en un ultra conservadurismo socio-religioso y en un capitalismo salvaje e insostenible económicamente. Pero no nos olvidemos de la vieja Europa, donde contamos con peligrosos partidos de extrema derecha, gobernantes en Italia o Hungría y poderosos en Francia, Alemania o España, también con urdimbre cristiana tradicionalista, católica o protestante, y con los mismos cuentos de escuchar fetos en el PP-Vox o en Texas.

Aunque lo más novedoso, a punto de cumplir su primer año, es el recrudecimiento de la ocupación de parte de Ucrania por la Federación Rusa de Vladímir Vladímirovich Putin, y que no lleva en la vanguardia del glorioso ejército rojo la momia de Lenin, Vladímir Ilich Uliánov, sino al patriarca de la iglesia cristiana ortodoxa rusa, Cirilo de Moscú, fidelísimo aliado. Uno no sabe si le asustan más los iraníes colgando de grúas o los congresistas estadounidenses rezando rodilla en moqueta dentro de la cámara legislativa antes de votar, mientras a diario Luiz Inácio Lula da Silva o Joe Biden, Joseph Robinette Jr., se muestran solícitos con los evangélicos, «moderados», que paralelamente recristianizan sus naciones pasando las leyes por el tamiz de unos intérpretes de la Biblia. Pero lo grave es que ya no estamos hablando de musulmanes chiíes o sunitas, que carecen de poderío militar para imponer su guerra santa, sino que estamos hablando de potencias con armamento nuclear planetario. Un sindiós y sin laicismo.