TRIBUNA

Mujeres en el poder, mujeres con el poder de dejarlo

Capitolina Díaz Martínez

Capitolina Díaz Martínez

Los partidos políticos alcanzan el poder por muy diversas razones. Una de ellas, su líder. Muchos líderes y algunas lideresas, una vez que alcanzan el poder dentro de su partido, empiezan a creer que «el partido soy yo». Y lo que es peor: si posteriormente alcanzan la presidencia del gobierno de su país, llegan a pensar que «el país soy yo». Con ese estado mental entran en una dinámica en la que ya no se conciben a sí mismos más que como la cúspide imprescindible del poder que ostentan.

Y piensan que esa imprescindibilidad debe durar indefinidamente. Esto les lleva con frecuencia a comportamientos que no son ni i éticos ni saludables para la cosa pública.

Jacinda Ardern (42 años), primera ministra de Nueva Zelanda, nos ha dado ejemplo de un comportamiento muy diferente. Acaba de mostrar cómo algunas mujeres saben asumir el poder y cómo deciden dejarlo. La primera ministra anunció ayer, por sorpresa, que no se presentará a las elecciones del próximo otoño. Y lo hizo de un modo singular.

La señora Ardern ya había dado muestras de ser excepcional, como política y como persona. Dirigente del partido laborista neozelandés, se convirtió en un icono global por algunas actuaciones memorables, situadas por delante y por encima de lo habitual entre jefes de gobierno. Sus decisiones en relación con la crisis sanitaria del covid han sido reconocidas como modélicas y han permitido a sus compatriotas pasar la pandemia con muchas menos dificultades y problemas que la mayoría del planeta.

Su reacción ante un ataque terrorista y xenófobo contra dos mezquitas reforzó su carácter de icono mundial; no solo por sus palabras en aquella ocasión, «[Nueva Zelanda] Representa la diversidad, la amabilidad, la compasión. Una casa para todas las personas que compartan nuestros valores. Un refugio para todas las que lo necesiten», sino también por sus actos, ya que inmediatamente limitó la venta de armas en su país, y en pocas semanas promulgó una ley que prohibía la venta de armas semiautomáticas.

Su emocionado anuncio de despedida ha sido una lección de ética política. También de ética feminista, aunque también haya hombres que podrían abandonar sus cargos con la misma elegancia, como hay mujeres incapaces de hacerlo.

No obstante, sus palabras de renuncia nos suenan a comportamiento más típico de mujeres que de hombres. Jacinda Ardern dijo que gobernar el país había sido el mayor privilegio que se puede tener y también una gran responsabilidad (palabras que hemos oído de muchos otros dirigentes); pero que seguir con esa responsabilidad exige una energía que a ella ya se le ha acabado.

Y que un/a gobernante debe saber cuándo es la persona más apropiada para dirigir el país, pero también cuándo es el momento de dejarlo (esto no es tan frecuente oírlo). Y muy importante, y más frecuente entre mujeres que entre hombres: con esta decisión ha mostrado que los seres humanos -incluso aquellos elegidos como líderes nacionales- tienen vida más allá de la política. Y es una vida a la que conviene prestar atención.

En su caso, tiene una pareja y una hija (nacida mientras Jacinda estaba en el cargo). La primera ministra, asumió públicamente que su dedicación al gobierno del país había limitado su dedicación a la familia; y le dijo a su hija que este otoño, cuando empiece la escuela, estaría en casa con ella. Y a su pareja: «casémonos, finalmente».

Cuando los políticos (y las políticas) dejan de prestar atención a la vida más allá de la política, dejan de ser y de comportarse como la mayoría a la cual dicen representar (sobre todo, como la mayoría de las mujeres que cuidamos y combinamos lo profesional, lo familiar, lo personal).

¿Cómo pueden entonces saber y sentir lo que conviene a la mayoría de la población a la cual supuestamente sirven?