TRIBUNA

Redimensionar la Guerra de Ucrania

Imagen de archivo de un edificio destruido por misiles rusos en Bajmut, Ucrania

Imagen de archivo de un edificio destruido por misiles rusos en Bajmut, Ucrania / Vincenzo Circosta/ZUMA Press Wir / DPA - Archivo

José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

Tras muchas indecisiones, Ucrania tendrá carros de combate alemanes y norteamericanos. Cuando el nuevo ministro alemán fue preguntado sobre cuándo se producirá el envío de barcos y aviones, respondió con rapidez que nunca, pero luego reflexionó y comentó que no era el momento de especular. El problema está en el doble tiempo de la respuesta. Testimonia que no se controla la escalada de Moscú ni sus verdaderos planes y que no se pueden excluir ulteriores ayudas a Ucrania. Si los planes de Rusia en el largo plazo no han variado, la guerra por mar tarde o temprano se reanudará. Eso es lo que llevó al ministro alemán a su momento reflexivo.

Hay otro índice. Que Rusia protestara por el reconocimiento del centro de Odessa como Patrimonio de la Humanidad, nos sugiere que no ha perdido la voluntad de ocuparla. Ciertamente, eso no podría ocurrir sin destruirla hasta los cimientos, como ha hecho con diversas ciudades del Donbás.

Al ser proclamada Patrimonio de la Humanidad, la destrucción de ese centro histórico de Odessa sería un crimen de guerra. Que Rusia quisiera impedir ese nombramiento, nos induce a creer que forma parte de sus planes llevar la guerra al gran puerto del mar Negro, el lugar por donde, según la tradición, el cristianismo se expandió hacia el interior de Asia, siguiendo las predicaciones entre los judíos desplazados por aquellas tierras.

Destruir Odessa sería arrancar de cuajo uno de los símbolos de la expansión del mundo europeo, como lo sería destruir Kiev, la fundación de los intrépidos normandos. Aunque sería lamentable, ofrecería una señal de los tiempos, algo sobre lo que debemos reflexionar. Esta guerra, lejos de ser como muchos dijimos, una tercera guerra mundial, parece más bien una guerra europea, o mejor, occidental.

En ella se ven implicados una treintena de países. El resto la mira con indiferencia. Estamos hablando de unos ciento cincuenta Estados que no se ven aludidos por ella. Occidente ya no está en condiciones de arrastrar con sus conflictos al mundo entero. Esa es la señal de que, en realidad, es una potencia provincial. China, por supuesto, es la principal beneficiaria de esta situación. Al final, puede presentarse ante las cancillerías del mundo con un mensaje: nosotros somos una potencia pacífica. No disputamos con las armas en la mano una zona de expansión, como la OTAN, ni tampoco contestamos con armas mortíferas y destructoras como Rusia. Es más, puede afirmar que ella también padece este tipo de lógicas expansivas en su propia casa, con Taiwán. Ciertamente, el argumento será persuasivo mientras acompañen las ventajas económicas, las ayudas bajo la forma de préstamos o compras. Pero por ahora esa persuasión se extiende entre los países que no apoyan el boicot a Rusia. Ya alcanzan por lo menos el beneficio de comprar carburantes a bajo precio.

Que ya no estamos en una lógica de bloques, se ve en el hecho de que todos los que se aprovechan de los beneficios de un petróleo ruso barato no dejan de hacer negocios con los demás. Estamos lejos de una cristalización de dualidades y al menos esto es un efecto beneficioso de la lógica poscolonial. Todos miran por sus ventajas allí donde las encuentren. Quizá la situación paradigmática sea la de India, y por eso obtiene las mayores ventajas de la situación. Hace valer a la vez sus buenas relaciones históricas con Rusia y al mismo tiempo con occidente. Es el que más se beneficia porque es el que más crece. Pero en cierto modo la suya es la lógica general.

Es verdad que de toda esta situación solo se sigue un gran perjudicado: Europa, lo que quiere decir sobre todo Alemania, que se supone que dejará de ser tan competitiva como potencia exportadora. Sin embargo, parece que ha encajado bien el golpe y que no entrará en recesión, lo que representa un alivio para todos. Ahora bien, respecto de Ucrania todo ello significa que Rusia no ha sido asfixiada económicamente y que podrá mantener la guerra a largo plazo. Por supuesto, que la bandera que ondeara en Soledar fuera la de los batallones de mercenarios rusos, nos da una idea de las dificultades de Rusia para llevar a cabo una guerra de toma de tierra, el momento de la verdad.

Que más de 4.500 soldados rusos utilicen la línea telefónica «¡Quiero vivir!» que ha puesto en marcha el gobierno de Ucrania para acoger a los que deseen desertar, es una muestra de las dificultades de poner en marcha un ejército disciplinado por parte del Kremlin. Los carros de combate que reciba Ucrania puede ser un motivo decisivo para multiplicar esa cifra.

Pero si bien Rusia muestra capacidad de aguante económico, Europa tampoco parece estar a punto de hundirse. La noticia aquí es que Europa es el principal socio comercial de más de 80 países. Eso es también una señal para Rusia de que la Guerra Fría no volverá y de que ella no será más la potencia determinante del mundo. Sus aires de grandeza pueden reducirse al hecho de que todavía es importante porque vende petróleo a precio de saldo, o por su capacidad de control de redes.

Nada más. Ya no tiene un evangelio que extender por el mundo. Lo mejor para encarar un horizonte de paz es darnos cuenta de que Ucrania es ya un conflicto local. Cuanto más conscientes seamos de la verdadera dimensión del conflicto, antes podremos comprender la esterilidad de hacer de él un conflicto absoluto.