LA DOS

Las paellas Berlanguianas

Tonino Guitian

Tonino Guitian

Si tengo la suerte de coincidir en esta página con el humor de Ortifus y ponen un poco más de atención a su arte, podré hacerles reflexionar sobre un hecho revelador: conseguir hacerles reír, duran más de veinte años es muy difícil. El humor es un trabajo complicado que no se estudia en ninguna universidad, como la poesía, y que debe ir acompañado de una gracia efímera, aparentemente sencilla, pero constante. Nace del deseo de darle las vueltas a las cosas hasta que adquieran un nuevo sentido. Y este puede ser profundo, frívolo o existencial, pero esencial es que les haga gracia.

No es un empleo fácil el de los humoristas, porque en primer lugar depende del estado de ánimo del engranaje periodístico y de la capacidad de los retratados en saber encajar un chiste, pero también de la capacidad de tener el sentido del humor vivo.

En la historia del periodismo o de la literatura, por poner dos ejemplos cercanos entre sí, no es raro encontrar maestros que, tras una juventud desbordante de energía y ganas de mirar más allá de lo que los demás pueden ver, acaban dando una visión amarga y decadente de todo, incluidos ellos mismos. Los humoristas tienen la suerte, en ese caso, de refugiarse en campos tan fascinantes como la sátira o el humor negro, que es el punto culminante del humor en su versión más pura: acabar riéndose de lo más sagrado, antes de que lo sagrado acabe con la risa, que es el puntal de una vida feliz y llena de sentido.

En el ámbito de la escritura de historias, hay soportes como el televisivo que han ido cayendo en picado en cuanto al humor. Esto es por la necesidad de llegar a un máximo de audiencia, pero también en la obligatoriedad de que el creador se venda al interés del político del momento o al financiero, que es algo que, si bien tiene mucho marketing, no tiene ninguna gracia.

José Luis García-Berlanga, hijo del cineasta valenciano, tras muchos años detrás de las cámaras de cine y de la televisión, decidió recientemente cambiar su rumbo para dedicarse a la gastronomía. En el restaurante Berlanga, cerca del parque del Retiro de Madrid, se come una de las mejores paellas de la capital. El arroz, escogido en su variedad idónea, es el justo para que quede en su punto de cocción. La judía verde tiene un punto crujiente y sabroso. Hasta el pollo y el conejo están troceados con amor. Su paella de marisco tiene esa cremosidad que le proporciona una cocción hecha con cariño. Y el entorno, rodeado de recuerdos cinematográficos, estanterías que acogen los libros de su padre o la biblioteca gastronómica de la mítica Elena Santonja, creadora de aquel primer programa de cocina moderno, Con las manos en la masa, incita al diálogo y la tertulia, que es lo que da sentido a la gastronomía.

Santonja, Berlanga, Azcona y toda aquella generación de humoristas como Tip, Chumy Chúmez, Mihura, Neville, no disponían de las técnicas que tenemos ahora, ni falta que les hacía. Los guiones y chistes que quedarán para siempre en nuestra historia se hicieron en mesas de bar, contemplando la vida que va pasando mientras que nosotros, los personajes, nos defendemos como podemos del absurdo de la existencia. Sospecho que si la risa de hoy no tiene gracia, se debe a que resulta complicado divertir encerrado en una redacción tan silenciosa como un panteón y escuchando la nada, porque nadie quiera ya escucharse.

Si van a Madrid, no dejen de visitar este acogedor restaurante. Encontrarán una parte de aquella València que sigue existiendo en las fotografías y en la memoria de José Luis. Él recibió quizá una de las mejores herencias que se puede recibir: el sentido común y amable que proporciona el saber hacer felices a los demás.

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