REFLEXIONES

El libro y el bucle diabólico

La escritora María Stepánova

La escritora María Stepánova / JORDI COTRINA

Miguel Herráez

Miguel Herráez

Yo no sé a ustedes pero a mí el tema de la edición, la de libros, me angustia cada vez más. Sale un libro y otro y otro más, ahora uno sobre la Inglaterra medieval, y compro, compro los cuatro.

También compro ese otro de María Stepánova, la escritora, no la baloncestista, porque quiero leer en torno a la memoria rusa desde la mirada de esa narradora moscovita.

Conforme voy haciéndolo (de paso, compro seis o siete más, uno magnífico de R. H. Malden) los deposito en la mesa del estudio.

En lo que va de mes ya hay varias columnas que rodean la pantalla del ordenador. Los libros comen terreno, colonizan el espacio de la propia tabla, cubriéndola, avanzan como un moho incontrolable y entierran objetos, bolígrafos, el mando del equipo de música, la funda de las gafas, la taza de café.

Lo que se quede en un descuido antes de irme a dormir, dado que creo que la cosa prospera en el silencio de la noche, por la mañana ha desaparecido. Los volúmenes lo fagocitan todo.

Entonces los coloco en bloque en los anaqueles y vuelta a empezar. No ando por las cifras de la publicación en España, se recogen en internet, pero recuerdo que no hace mucho, unos años atrás, nuestro país era el que se situaba a la cola en cuanto a lectura pero se encontraba (hablo de la UE, entonces el club selecto de los 28) a la cabeza respecto a la producción libresca, algo así como en la segunda posición de la clasificación.

Un profesional del ramo me comentó que aquí se edita muchísimo, cualquier libro recién salido en Europa o en los EE.UU lo tenemos, traducido, prácticamente al mismo tiempo que en su país de origen, pero, eso sí, son ediciones muy cortas, además de que el lector nacional consume en especial novedades. Otro cantar es si los jóvenes se hallan entre esos consumidores de libros.

Ahí nace mi angustia, de ahí. O compras cuando surge la novedad (un ensayo de Orlando Figes, un testimonio viajero de William H. Hudson) o ese título que te interesa desaparece.

Es muy probable que se esfume para siempre, pues a la editorial le resultará más rentable, en el supuesto caso de que ese libro repunte en un futuro, destruirlo ahora que mantenerlo en el triste almacén de un triste polígono industrial y reimprimirlo más adelante.

Y, como digo, de ese efecto emerge la desazón porque, sabiendo lo que sabemos (que ya es inencontrable, por ejemplo, un Osvaldo Soriano), te decides y compras, también compras al día siguiente, y esta misma tarde vuelves a comprar.

Antes sabías que, en el caso de no comprarlo ese lunes, podrías adquirirlo a la semana siguiente: que el libro seguiría en la repisa de la librería, que si era vendido se restituiría, que no sería devuelto a un depósito del que saldría en un furgón hacia la incineradora.

Es posible que la clave esté relacionada con estos tiempos que atravesamos, con la inmediatez exigente, con el consumo, con la famosa brecha generacional, con el precio de la electricidad, con el vecino que muerde al perro en este mundo en ocasiones al revés, qué sé yo.

He de comprar un libro que me explique tanto enigma, me digo.