Picatostes

De bobos y asesinos

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Lo sucedido hace unos días en los premios Feroz indica que algo está cambiando. Lentamente, pero va cambiando y si es así, una vez más es gracias a la fortaleza de las mujeres que cada día tienen menos miedo a denunciar cuando son agredidas o importunadas sexualmente por necios ni tan borrachos ni tan atractivos y sí con derechos que se han ido adjudicando perversamente agrediendo la libertad de las otras, sus derechos e intimidad.

Durante décadas tocar el culo a una mujer era algo normal y los que tocaban el culo tenían la certidumbre de que ellas tenían que estar agradecidas porque simplemente las cosas eran así y ellos eran los machos y siempre los jefes, como era normal que te gritaran palabras insolentes en la calle que poco tenían que ver con la bondad y que en ocasiones te dejaban helada y te hacían acelerar el paso.

Pero todo era normal y aunque anormal fuera abusar de una sobrina, la familia lo acallaba y silenciaba por la vergüenza ante los otros, permitiendo que el sufrimiento ahogara el cuerpo de la niña y así fuimos viviendo, sabiendo que el vecino del tercero pegaba a su mujer y ella lo disimulaba con pañuelos glamurosos que eran un vendaval a gritos de su dolor. Teníamos tanto miedo y tan poco respaldo que las cosas que le pasaban a las mujeres se quedaban entre las mujeres y una amiga violada en el portal de su casa como mucho llegaba a contártelo en una noche de fuego y sin esperanza, y asumiendo que lo que había sucedido era producto de la mala suerte al haberse cruzado con ese mal nacido.

Las mujeres desgraciadamente siguen sufriendo múltiples agresiones y muriendo a manos de sus parejas y exparejas y si bien cada vez son más las denuncias, la protección y el seguimiento que se hace de la víctima, todavía tenemos por delante un largo camino que tiene que borrar del colectivo ese sentimiento de derecho que el hombre tiene sobre la mujer producto de una abominable educación llena de estereotipos marcados por una errónea masculinidad que ellos han potenciado y donde sus deseos son de obligado cumplimiento supongan lo que supongan y hagan el daño que hagan.

Eso de «la maté porque era mía» ha hecho un daño inenarrable, porque la posesión cuando es relativa a las personas no debiera siquiera ni pensarse. Pero todo se fue permitiendo y ahora poco a poco se empieza a corregir y aunque los agujeros en las almas y corazones de miles y miles de mujeres no tengan ya cura y sabiendo como sabemos que la violencia contra las mujeres seguirá apuñalándonos como sociedad, hay una puerta que se va abriendo y ojalá nadie tenga la tentación de volver a cerrarla.

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