Vita da Mediano

Queda la emoción

La afición del Valencia CF anima en Mestalla

La afición del Valencia CF anima en Mestalla / FRANCISCO CALABUIG

Vicent Chilet

Vicent Chilet

El maestro Alfredo Relaño describía este lunes en los premios Panenka el paralelismo entre los buenos proyectos futbolísticos y las mejores piezas del periodismo deportivo. Desde una base irrenunciable de orden, estructura y bagaje, el factor diferencial que los distingue es la emoción. La emoción de un equipo de fútbol se basaría en la esencia representativa, la ambición y la identidad que desprende un club. La tarea del periodismo pasa por capturar toda esa atmósfera y contexto, las esperanzas y los miedos que se condensan en la vida de un estadio y que trascienden al propio ámbito del deporte para definir a toda una comunidad. Si alguien quiere entender esta época, puede detenerse en la visión de Mestalla. Un campo centenario y lleno al 90%, en el que el único sector despoblado es la Tribuna. El bastión en el que durante décadas las élites locales influían en el poder de un club luce llamativamente desértico, con presencia creciente de turistas o aficionados del equipo rival.

En un Valencia sin orden, estructura ni bagaje, atrapado en el capricho de Peter Lim y arrasado el antiguo tejido de las directivas tradicionales, al valencianismo le queda la emoción. Vamos sobrados de emoción. Acudimos al rescate cargados de recuerdos, efemérides, tradición. Grandeza. Una coraza de costumbre en tiempos descreídos, pero desprotegida ante el desplome de uno de los pocos símbolos que resisten como una certeza pura y nexo de unión. El Valencia es una rara especie unánime, un milagro que nació y ha resistido transversal. Al mismo tiempo que un sacerdote bendecía la bandera fundacional, en la misma directiva se editaba La Estaca, un «semanario deportivo bolchevique», un fanzine avant la lettre. El primer presidente, Augusto Milego, era hijo de Saturnino Milego, miembro del Partido Republicano Radical de Rodrigo Soriano, con una entera saga familiar de profesores ligada a la Institución Libre De Enseñanza y depurada tras la guerra. Gonzalo Medina era un comerciante de militancia conservadora. Julio Gascó integró la Izquierda Republicana de Manuel Azaña y murió en el exilio de México. Y Josep Llorca, de 16 años, a los pocos años de la fundación del club ingresó en el partido de Blasco Ibáñez, en el PURA, formación claramente enfrentada a la de Soriano. Fernando Marzal era de otra facción republicana distinta y Pascual Gascó era militar y de derechas. Distintos entre iguales, ayer, hoy y siempre, también en estas horas decisivas.

En esta fase sensible de la supervivencia de un club debilitado hasta el agotamiento extremo, aquel viejo consenso en la defensa del Fe-Cé se convierte en una misión crucial para evitar la caída a Segunda división, un infierno que no se debería idealizar (tema para la próxima columna), y para revertir el orden accionarial. El 11 de febrero es la primera fecha clave. En Mestalla se libra una batalla que implica al resto de aficiones en la defensa del fútbol como refugio comunitario. Estamos cargados de recuerdos y de razón, pero con la apelación visceral y memoriosa no bastará. En algún momento los mismos actores externos que accionaron el proceso de venta deberán intervenir para que el valencianismo pueda recomponer el orden, la estructura y el bagaje que jamás debieron dejarse perder.