LA DOS

Negar la negación

Tonino Guitian

Tonino Guitian

Resulta muy conveniente pasear con los oprimidos del brazo delante de las cámaras, pero no es de recibo que estén demasiado oprimidos porque al político le queda una imagen como excesivamente agresiva. La carta de opresiones nos presenta una variedad multicolor donde escoger porque en el mundo moderno hasta los opresores se sienten presionados por las leyes. Si un partido ultra exhibe a un hombre de color entre sus filas, un partido de inspiración comunista muestra a una actriz transexual que ha abandonado el socialismo como revelación de nuestra nueva condición humana igualitaria.

Estas exhibiciones son todas muy arriesgadas, pues las definiciones de los partidos son cada vez más elásticas y quedan cada vez más indefinidas según el popurrí de valores que defienden. Si hay que otorgar derechos, que no sean para todos, a lo bruto, en plan ventilador. Los derechos hay que escogerlos delicadamente, para que la sociedad entienda que es un ente superado, orgulloso, amorfo, enormemente privilegiado, egoísta e injusto frente a cualquier minoría.

En los años treinta, el movimiento de la negritud planteó la visibilización del mundo negro que había quedado relegado a una existencia en ghettos dentro de las sociedades después de su esclavitud. En el replanteamiento de sus valores, los escritores de origen africano resaltaron el desprecio con el que el colonizador había tratado a multitudes, multitudes que incluso habían interiorizado ellas mismas su condición de colonizados. Claro que, por una parte, está la emancipación político-económica y, por otra, la emancipación cultural. Y en esta última es donde entra el momento crucial de las definiciones. Cuando el poeta senegalés Léopold Senghor era estudiante y aún no se había metido en política, definió el alma africana con unas virtudes diferentes al alma blanca: en primer lugar, su razón no es discursiva, sino sintética. No es antagonista, es simpática. Tiene otro modo de conocimiento. La razón negra no empobrece las cosas, no se modula en esquemas rígidos. «La razón europea es analítica por utilitarismo, la razón negra, intuitiva por participación».

Son discursos bonitos que se adecúan al pensamiento político: hay que establecer las diferencias que nos separan para restituir lo injustamente maltratado. Pero al hacerlo en el caso de la negritud, no quedó más remedio que establecer una diferencia visible, natural, biológica, entre razas y esto levantó las críticas de los intelectuales africanos. Paradójicamente, este punto de vista presenta rasgos inherentes a la naturaleza negra, pero no son más que características de sus comportamientos culturales. La libertadora ‘negritud’ coincidía casi término por término con las diferencias que contemplaba el racismo colonial. Se afirmaba de alguna manera la irracionalidad congénita e irremediable de lo negro, su instinto, su emoción. De ello se deducía, de forma dulcemente sicológica, la legitimidad y la necesidad de la subordinación. En el monólogo que Figaro hace en la escena tercera del acto V de Las bodas de Fígaro, el humilde barbero explica dónde radica la mayor injusticia de las diferencias:

«Porque sois un gran señor, os creéis un gran genio. ¡Nobleza, fortuna, rango, posesiones, todo eso os hace ser tan orgulloso! ¿Qué habéis hecho para tener tanto? Os habéis molestado en nacer, nada más, y por el resto sois un hombre bastante ordinario. Mientras que yo, perdido en el gentío oscuro, he tenido que desplegar más ciencia y cálculos sólo para subsistir que las que se ponen en cien años para gobernar todas las Españas». Ante la turra política que se nos adviene, recuerden que pronto estamos en primavera: poden conceptos, tiren las hojas secas que ocultan las raíces de sus ideas y las pudren. Negarse a que les nieguen culturalmente y auto-definirse está bien para pasar el tiempo, pero dense cuenta de que todas las injusticias debidas a las diferencias de libertad e igualdad con que nacemos se liman y equilibran fácilmente con un concepto mágico que se llama dinero.

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