tribuna

Acelerando el cambio

Enrique Cabrera

Enrique Cabrera

En el ecuador del plazo fijado para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, (establecidos por Naciones Unidas, NU, en 2015, con la mirada puesta en el 2030) el lema del día mundial del agua que hoy se celebra, Acelerando el cambio, nos recuerda que, para alcanzar los objetivos es menester cambiar el paso. El mensaje se centra, obviamente, en el sexto ODS Agua limpia y saneamiento, subdividido en seis metas con la primera acceso universal y equitativo al agua potable a un precio asequible y la última, apoyar y fortalecer la participación de las comunidades locales en la mejora de la gestión del agua y el saneamiento. Objetivos laudables y, al tiempo, complejos. Por ello el objetivo real es acercarse a su cumplimiento tanto cuanto sea posible.

El título de la resolución de los ODS adoptada por NU, Transformar nuestro mundo, sintetiza unos objetivos que incluyen los factores que condicionan la calidad de vida del ciudadano, tanto directa (alimentación, salud, educación, agua, energía o trabajo digno) como indirectamente (acción por el clima, ecosistemas terrestres y marinos, paz, justicia e instituciones sólidas). Algunos ODS, como el sexto, tienen carácter local, porque la gestión del agua lo es. Conviene recordar que en España el suministro de agua urbana exige mover anualmente dos mil quinientos millones de toneladas, lo que limita los desplazamientos. En estos ODS locales, el resultado final no depende de terceros países, salvo si hay interacciones (países con aguas transfronterizas). Otros, como el ODS 13, acción por el clima, son globales y el resultado final no sólo depende de un país. Es un problema acoplado cuyo éxito se alcanzará si todos cumplen, porque las emisiones de gases de efecto invernadero no tienen fronteras.

En definitiva, sólo desde la cooperación internacional se puede aprobar ese formidable reto de los ODS, el mayor que se ha planteado la humanidad. Lo expresa el último ODS, el 17, Alianzas para lograr los objetivos. Recuerda que para mejorar el bienestar de todos es vital la cooperación internacional (económica, tecnológica y educativa). Hoy, dada la situación internacional y con firmantes de la resolución tan singulares como Vladimir Putin, Bashar Al-Asad, Kim-Jong-Un o Daniel Ortega, es difícil ser optimista. Es evidente que, mientras la actual tensión no se rebaje, los ODS son más una carta a los Reyes Magos que un proyecto mundial integrador.

Y en estas se está. Cada país, con mayor o menor tino y dependiendo de su cultura, generosidad, sensibilidad ambiental y circunstancias, intenta cumplir con la parte que le corresponde. NU revisa anualmente los respectivos grados de cumplimiento, publicando la calificación de los 163 países que proporcionan la información que la evaluación requiere (193 firmaron la resolución). Las primeras posiciones las ocupan los países de la Unión Europea, con los nórdicos en cabeza. España, dentro del liderazgo europeo, ocupa una posición intermedia, la decimosexta. Cierran la lista los países del África subsahariana. Y muy sorprendente (o, tal vez, no tanto) es la última posición de Estados Unidos en el ranking que mide el interés en hacer los deberes pendientes.

Pero dentro de este marco general, hoy, día mundial del agua, conviene fijarse en nuestro ODS, en el que, en base a las métricas de NU (como el porcentaje de población con acceso a agua de calidad), España obtiene un notable, nota lastrada por el stress hídrico de algunas zonas. Sin embargo, en la mayoría de países, la situación es mucho peor. Tanto que en el último informe de seguimiento de los ODS (2022) se indica que, para alcanzar en el 2030 los objetivos del sexto ODS, habrá que cuadriplicar los esfuerzos. Es decir, acelerar el cambio. Se subraya, además, que el 85% de los humedales han desaparecido y que los ecosistemas marinos se están degradando.

Pero los ODS ignoran la letra pequeña de las políticas del agua. En particular, en España, la mayor debilidad es su gran dependencia de los subsidios, sean europeos, estatales o autonómicos. La última evidencia es el actual PERTE para digitalizar el ciclo del agua. Bien está que de vez en cuando llueva algún maná celestial, pero no es razonable esperarlo para ampliar, modernizar y renovar sus infraestructuras.

En España la política del agua debe cumplir ya la Directiva Marco del Agua asumiendo, con todas sus consecuencias, un principio de recuperación de costes que acumula más de una década de retraso. Permitiría renovar en tiempo y forma estos sistemas, mejorar la eficiencia (el coste del agua condiciona el volumen fugado), aumentar la reutilización y reducir la demanda, aliviando, en fin, las tensiones hídricas que periódicamente (ahora le toca a Cataluña) España soporta. Por sistema, los subsidios sólo están justificados en áreas rurales y pequeños municipios sin economía de escala.

Váyase pues a lo fundamental, y déjese de marear la perdiz con el sempiterno debate del agua pública o privada. Al respecto, no hay duda, es mejor lo público, pero siempre que quienes deciden tengan la formación adecuada, continuidad en el cargo (los servicios ligados al medio natural no pueden dirigirse con la mirada puesta en el corto plazo) y, para tomar decisiones valientes, ninguna preocupación por mantenerlo, asunto nada trivial si su mayor mérito es tener la amistad de quien decide. La gestión privada es más profesional, con el inconveniente de su principal objetivo, la cuenta de resultados, lo que obliga a la administración a controlar su quehacer y sus beneficios. Y un problema común, las subidas tarifarías las aprueban alcaldes que después deben pedir el voto a los ciudadanos que las soportan. Más fácil sería que las aprobase desde la distancia un regulador. En resumen, racionalizar y profesionalizar la política del agua es el cambio que España debe acelerar, tal cual hoy, día mundial del agua, se nos sugiere. Sólo así, alejada del populismo, alcanzará la mayoría de edad.