LAS DOS

Mi complejo de Casandra

Tonino Guitian

Tonino Guitian

Ganar la lotería es un acontecimiento que el destino se resiste a brindarme para espolear mis dotes artísticas. Pero mi existencia no está exenta de paradojas: en lugar de millonario, he sido elegido al azar esta semana para participar en el barómetro de opinión sobre la situación de la Comunitat. Unida esta consulta representativa del conjunto de la sociedad a mi columna de opinión, me temo que, sin buscarlo, soy el mayor influencer valenciano de las mejoras políticas públicas de la semana.

Muchos piensan que mi afición a la política consiste en meter el dedo en el ojo a cualquier dirigente, cosa que ya no se lleva ni en los libretos de falla, pero es que siempre me he sentido fascinado por el serio jugueteo con lo público. Esto me arrastra a un análisis de la intriga, el orden, la ambición y de nuestras posibilidades económicas y sociales. Si mis propuestas no son escuchadas es porque mis visiones imaginativas se pelean con mi complejo de Casandra (Gastón Bachelard), que describe a personas que, como yo, pronostican catástrofes que los demás no creen y esto hace que quienes sufrimos esta particularidad mental nos sintamos enormemente desvalorizados.

No les aburriré con el listado de decisiones erróneas que vi venir y comenté en público y por privado. Haría falta un suplemento para reunirlas y no estoy dispuesto a tirar piedras al trenecito de la alegría de sus vidas. Cuando la señorita que llamó a mi puerta me preguntó sobre qué cuestiones políticas de la Generalitat me parecían más preocupantes, me quedé en blanco. Pero, educado y cultivado en las letras, la comunicación y el teatro, siempre que me preguntan algo –aunque cada vez me preguntan menos– tengo que responder.

Así que, apoyado en el quicio de la puerta de mi domicilio, le conté a la encuestadora que mi preocupación principal en este momento era por el orden perdido y reencontrado. «Ajá» –me respondió ella mientras buscaba la casilla donde marcar la respuesta – «Pero, concretamente, ¿a qué Conselleria se refiere?».

Como vi que tenía que encajar alguna respuesta en los huecos de su hoja troquelada, tomé un libro (tengo la librería en la entrada como método antirrobo para desalentar a posibles desvalijadores) y le leí un fragmento de Macbeth que, por previsión (ya dije antes que tengo delirios adivinatorios) había señalado con un marcapáginas de la Feria del Libro:

«Mañana, y mañana, y mañana se arrastran con pasos sigilosos, día tras día, hasta la sílaba final del tiempo escrito, y la luz de todo nuestro ayer ha guiado a los necios hacia la polvorienta muerte. ¡Apágate, breve llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se pavonea y se retuerce, y nunca más se le oye. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada.»

No se puede imaginar condena más definitiva de todas las esperanzas vanas y de todas las ilusiones impotentes tras las que se esconde la certeza de que los valencianos llevamos en nosotros mismos el sinsentido inapelable de nuestra existencia. Quizá la sensibilidad moderna no es receptiva a mi deseo de orden de esta época agitada. La fascinación por el desorden, y la seducción por el absurdo radical, se reflejan al empecinarnos en elegir cosas que no elegimos, rechazar cosas que no rechazamos, y en ese salir a la calle a comprobar que nuestra vida parece contada por Benjy Compson, el protagonista de El sonido y la furia de Faulkner.

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