OBITUARIO

Benjamin Ferencz pudo más que los nazis

El último fiscal contra Hitler sólo presumía de haber estado allí como ser humano contra la barbarie, cuando el mundo lo requirió para que acabara con la peste que sufrió el universo democrático

El fiscal Benjamin Ferencz en una foto del libro 'Cazadores de nazis'.

El fiscal Benjamin Ferencz en una foto del libro 'Cazadores de nazis'.

Juan Cruz

Juan Cruz

Era bajito como un cabezal del cuartel y pudo más que los nazis. Su destreza fiscal, que rompió las defensas de la peor de las dictaduras que sufrió el mundo, fue legendaria, pero él sólo presumía de haber estado allí, como abogado, como juez, como fiscal, como ser humano contra la barbarie, cuando el mundo lo requirió para que acabara con la peste que sufrió el universo democrático en la época en que Hitler había sido derrotado en su escalada fascista en cuya cucaña se subió para ser el dueño del futuro.

Era Benjamin Ferencz, que tenía nombre de futbolista del Real Madrid, aquel Ferenc Puskas. Hubiera sido incapaz de correr una banda para defender a su equipo: su energía iba por otro lado, por el lado de la justicia.

Sin embargo fue un defensor de la humanidad y lo fue, parece, hasta el último suspiro, que se produjo este viernes en el país de su vida, Estados Unidos. Cuando lo conocí, en mayo de 2021, la pandemia nos puso a hablar por teléfono con el mundo. Me dijo que, desgraciadamente, los logros que él mismo había arbitrado para acabar con el nazismo, para ponerlo en su sitio de la historia, no estaban sirviendo ya tanto, “pues se sigue matando al adversario pase lo que pase”.

Era un hombre, un ciudadano, contra la crueldad, y así aparecía en la pantalla del Skype, tratando de recordar que, en otro tiempo, defender era también atacar al bandido. Creía, al respecto, y así me lo dijo, su cara simpática, la sonrisa franca de un viejo que llevaba pañuelo y gafas grandes, y hablaba con claridad y sensibilidad. Según él, el último fiscal vivo de Núrenberg, tendrían que cambiar “la mente y los corazones de la gente” para que cambien los sistemas que, aun entonces, aun ahora, cabe decir, permiten la aberración de la maldad.

Había nacido en Transilvania, y ahora tenía 104 años. En su capacidad para juzgar tenía el porvenir de aquellos nazis que eran reos de la muerte de un millón de judíos de las SS. Plataforma Editorial, la editorial española de Jordi Nadal, fue incansable en la lucha porque a este hombre se le reconociera, fuera de tiempo, aquella impresionante osadía del joven que no se arredró ante el vocabulario vil. Nadal publicó el libro que lo identifica con una lucha que no se paró en Núrenberg.

'Hay cosas más importantes que salvar el mundo' no era su autobiografía, sino su testimonio sobre un drama que no se acabaría mientras un solo ser humano, como aquellos judíos, estuviera amenazado por barbaries que estuvieron, como fiscal, en sus manos.

Me dijo entonces Benjamin Ferencz: “Ante aquel tribunal pedí que nunca más ocurriera aquello, que los seres humanos deberían ser tratados como tales y no perseguidos o asesinados porque sus adversarios no compartieran raza o ideología”. Entonces, ahora mismo, pues, había “crímenes contra la humanidad que debían ser juzgados”. Su estupor era el de la época que sigue: “La Corte Penal Internacional [que él contribuyó a impulsar] tiene jurisdicción sobre ello, pero todavía no hemos impuesto la costumbre de ser más humanos: se sigue matando al adversario pase lo que pase… Todos los seres humanos tienen derecho a vivir en paz y con dignidad….” Esos derechos humanos eran su divisa, “es lo que dije en Núrenberg y es lo que llevó a las SS a ser declarados culpables de matar a millones de personas”.

Pero, decía, “se tarda un tiempo en cambiar los corazones y las mentes de gente acostumbrada al asesinato y al odio”. No estaba feliz con aquella Norteamérica que permitió, en la época en que hablábamos, 2021, que se usara la fuerza “en vez de la persuasión” y estaban dispuestos “a tolerar el tipo de crímenes que se perseguían en Núrenberg… Todavía hay quien piensa que puede seguir matando a gente porque no le gusta su punto de vista político, su religión o su color”. 

En sus trabajos de Núrenberg había dejado dicho que “el objetivo del juicio no es la venganza, es la justicia, pues la venganza no es un buen instrumento”, trae consigo más venganza. “Matar a otras personas no es la solución al problema, hace que el problema sea mayor”. 

Le recordé entonces que a él se le vio llorar rememorando los juicios, y ahí se le hizo un nudo en la garganta al referirse al momento más dramático de su autobiografía judicial. Él creía que las cosas no habían ido rápido a favor de la justicia, pero el mundo mejoraría. “Nunca debemos darnos por vencidos”.

Nació en Transilvania, era un emigrante como los que llegaban, entonces, siguen llegando, a las costas o parajes del país de su propia emigración. La emigración ajena vive en Estados Unidos una cruel discriminación, y eso le afectaba como ser humano, como ciudadano norteamericano. “Llegué siendo un niño pobre emigrante cuyos padres no sabían inglés, iban con dos niños pequeños, no tenían empleo, no tenían dinero. Vivíamos una pobreza mayor, pero tuvimos una buena educación. Salí de los estudios predicando a favor de un mundo más humano, y lo sigo haciendo también en circunstancias como las que usted cita. Debemos crear un mundo más humano y más pacífico, pero hay que esperar más tiempo para que mejore”. 

Señalaba al final de la conversación: “que gane la paz contra el odio”. Él vio “los horrores de la guerra”, de ahí viene su pasión pacífica, contravenida hasta hoy por los malos deseos de un universo que es peor, mucho peor, que el que hubiera querido este notable hombre de leyes que fue, además, una sobresaliente persona.