El mirador

Atrévete a vivir, no solo a subsistir

José María Gasalla

José María Gasalla

En un rebaño todos siguen menos uno que emprende, que dirige. Todos siguen un camino, aunque sea sin saber hacia dónde se va.

El emprendedor se guía por un sueño, un propósito o una pasión que le impulsa. Y con esa pasión revoluciona su motor interno, pone su energía en movimiento para actuar sobre lo que le apasiona, actuación que tiene mucho que ver con el fluir.

Hoy 16 de abril se celebra el «Día mundial del emprendimiento». Es por ello que aquí hablaremos del sentido de emprender, tanto como ser humano en evolución como en la aplicación del término al mundo de las organizaciones.

La vida implica, significa incluso, un cambio permanente que lleva consigo una entropía creciente (un desorden). Es un nacer cada día para «ir siendo». Todavía no somos. La muerte es sinónimo de orden total, cristalización, rutina, repetición, anquilosamiento.

Y en ese despertar nuevo de cada día, en ese emprender buscamos cómo sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestro entorno. Y esa alegría por sentirnos bien es el resultado de vivir intensamente, desde nuestra propia identidad.

Y un emprendedor en el mundo empresarial es aquél o aquella que es capaz de poner en juego la imaginación, la creatividad, el capital y el esfuerzo para descubrir una oportunidad y convertirla en negocio. Ser emprendedor no es una profesión, es un tipo de vida, en la que ineludiblemente se va a mezclar casi de continuo lo personal y lo profesional.

Pero asimismo en el mundo de las organizaciones sociales podemos hablar de emprendízaje. Tal es el caso de Fundación por la Justicia, que continuamente emprende proyectos conducentes a conseguir una mayor justicia social en un mundo plagado de desigualdades e injusticias.

La persona emprendedora es alguien con una actitud vital abierta en los dos sentidos. Hacia fuera para encontrar oportunidades sobre las que actuar y hacia dentro para darse cuenta que tiene que ser artífice de sus propias respuestas, a partir de su propósito de vida, que va a ser el guía a seguir en su emprendimiento.

La energía la va a aportar su pasión. Sin pasión no sucede nada. No hay movimiento, no surge la motivación. La pasión conjunta el compromiso con la ilusión. La pasión permite dar sentido, encauzar, vectorizar (si se me permite este vocablo) esfuerzo y constancia. Porque no se trata de un impulso pasajero, el cual se puede diluir con cualquier adversidad. La pasión, en un emprendedor, se mantiene en el tiempo y esto le permite descubrir oportunidades en donde otros no ven más que dificultades o barreras. Como recita Atahualpa Yupanqui, «ninguna fuerza abatirá tus sueños porque ellos se nutren con su propia luz. Se alimentan de su propia pasión».

A partir de esa pasión, la persona emprendedora precisa de unas competencias esenciales (no «soft», como las denominan algunos), tales como flexibilidad, que le permita mantener una actitud de anticipación y adaptación continua a realidades que cambian de continuo, una capacidad de asumir riesgos, siendo consciente que la propia vida es un riesgo porque no se trata de esperar qué nos va a dar la vida, sino qué estamos dispuestos a dar a la misma.

Autoconfianza y resiliencia, la primera para enfrentarse a situaciones muy diversas y llenas de dificultades e imprevistos; y la resiliencia para recuperarse de caídas y fracasos que siempre ocurren en acciones emprendedoras.

La persona emprendedora asume la responsabilidad respecto a su proyecto sea este personal o empresarial. No culpabiliza al entorno o a los otros de la posible falta de éxito o los errores que se pudieran cometer. Resaltar igualmente la importancia de la perseverancia, tenacidad, asumiendo que cualquier proyecto no es cosa de un día y que casi nunca se consigue a la primera. Finalmente, la competencia ligada no solo a la supervivencia, sino a la vida de la persona emprendedora, que es la decisión y práctica continua del ciclo aprender-desaprender-reaprender, que, como ya decía Alvin Toffler hace ahora más de 50 años, va a ser la condición para no ser un analfabeto en el siglo XXI. Emprender exige aprender, que etimológicamente es «a» (sin) y «prender» (soltarse de donde estoy prendido). Y solo aprendiendo se sigue viviendo.

Teniendo en cuenta estas competencias, ¿hasta qué punto se considera usted, amigo lector, una persona emprendedora? ¿Es consciente de los peligros que acechan a su iniciativa, creatividad, espíritu de superación, aspectos como el aburguesamiento, apoltronamiento, el conformismo o la autocomplacencia? ¿Está usted dispuesto a seguir viviendo y no simplemente a subsistir?