Aquí hemos venido a ganar

Los jugadores del Valencia felicitan a Edinson Cavani tras un gol.

Los jugadores del Valencia felicitan a Edinson Cavani tras un gol. / FRANCISCO CALABUIG

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Antes de aquellos amistosos eléctricos de los veranos de los 90, Romário apostaba dinero con Jorge Valdano sobre los goles que marcaría en ese partido. «Las cifras eran muy muy respetables», me reconocía Valdano, recreando cada detalle de la anécdota. Si Romário lanzaba que iba a vacunar al Palmeiras con tres goles, cumplía con el pronóstico, pedía el cambio nada más completar el triplete y vaciaba la cartera de su entrenador. O Baixinho no necesitaba toda aquella pasta, pero sí tener que imponerse retos caprichosos para poner a prueba su competitividad, su genio.

Más. El gran Amedeo Carboni jugó el inolvidable 5-2 contra la Lazio con una camiseta de la Roma debajo de aquella del Valencia, la elástica de Luanvi y Terra Mítica con cuello clásico. Fue la gran noche de la carrera de Gerard López, pero revisando la goleada se comprueba que el lateral de Arezzo buscó con ahínco la portería. Buscó el gol con el que provocar una imagen que habría paralizado la ciudad eterna. Eran unos cuartos de final de Champions, pero toda motivación añadida nunca sobraba. Michael Jordan instigaba excusas absurdas para multiplicar su apetito ganador. El mito de los Bulls, como Romário, se jugaba miles de dólares apostando si su maleta saldría la primera tras llegar a cualquier aeropuerto del Medio Oeste. Por supuesto, sobornaba a los operarios de la terminal para garantizar su victoria. Ganar, ganar y ganar. Lo decía Luis Aragonés, que marcaba el primer gol en las previas de los partidos importantes, como cuando pronunció con esa chulería de barrio que Jesús Gil estaba «acojonado», antes de que el Valencia conquistase el Calderón y soñase con el alirón de 1996. «El barón de Coubertin soltó la mayor chorrada del mundo», dijo Jesús Barrachina tras perder la final de París.

El Valencia se fundó en 1919, arrancando de sus páginas el prólogo amateur y blablablá, porque intuía que el deporte ya empezaba a ser un espectáculo de masas dominado por la expectativa y la obsesión por ganar. Querer ganar nos ha llevado a levantar gradas y gradas en Mestalla hasta convertirlo en una bombonera asimétrica y con mezcla caótica de estilos, pero un templo vertical en el que la victoria es innegociable. Recordad al Kily en el partido de Leyendas en el Centenario, en aquel Mestalla remember de lágrimas, pólvora y juegos florales. Echaba fuego por la boca por ir perdiendo en esa pachanga. «Tengo bronca, he perdido muy pocas veces en este estadio».

Con el Valencia al borde del descenso, con el futuro del club pendiendo de un milagro por la frivolidad de la peor gestión jamás conocida en un grande del fútbol europeo, nos sobran los motivos para sacudirnos el derrotismo que debilita nuestro espíritu de aficionado. Quedan partidos y tardes para esquivar el desastre y seguir luchando por otro Valencia. Hay muchísimo en juego. Que cada uno de nosotros apele a su propias vivencias en Mestalla. En una coctelera hay que agitar el desastre de Meriton, el evidente menosprecio arbitral, las aficiones rivales esperando la gran caída del murciélago, nuestra memoria y nuestro orgullo herido. El de Cavani y el de su supuesto ocaso, él, el Matador, que lleva marcados 437 goles. El de Guillamón, señalado por su aparente ausencia de cancherismo, cuando su frialdad es la de los viejos líberos con todos los secretos del juego en su privilegiado cerebro. El amor propio de los cedidos, de los que ya hemos sentenciado que están sólo de paso y que esta batalla no les importa. El santo brazalete de Gayà. La revancha de Baraja y Marchena, que han apostado el recuerdo inmaculado de su pasado como jugadores en esta aventura kamikaze.

¿En serio que el valencianismo asume el descenso con 27 puntos por disputarse? Desde ahora y en cada uno de nuestros actos, de la grada al césped, en los artículos de los digitales, en tuits de 280 caracteres y hasta en las apuestas chorras en la cinta transportadora de los aeropuertos, empieza a gestarse la permanencia. El recordatorio de que aquí hemos venido a ganar.