Privatizar la verdad
La esperanza casi siempre es ir contra la lógica. Por eso seguimos aquí a las tantas de la noche un día y el de después. Existen, además de la ruina, muchos riesgos, pero quiero pensar (necesito pensar) que la esperanza tiene tanto poder como la lógica y que, mientras los diarios sigamos existiendo, la verdad no podrá ser privatizada.

Redacción de Levante-EMV en València. / German Caballero
Perdonen que hable de lo propio, aunque si usted está delante de estas manchas negras es posible que algo le interese el asunto. Si hablo es porque dos hechos me han puesto ante el dilema de qué pintamos hoy los diarios, por decirlo llano. Uno sucedió en unas jornadas con alumnos, donde se acabó preguntando por la aspiración de la prensa en estos tiempos, si era aún formadora de eso que se llamó la opinión pública y que nunca he sabido definir. Sucedió también que se expusieron en ese encuentro unas líneas maestras de cómo comunicar en campaña electoral y quedó claro que partidos y consultoras renuncian a programas sesudos para ofrecer un ramillete breve de propuestas que consigan captar la atención del ciudadano. Como apuntó después Amparo Matíes, la cuestión no es ya por tanto ir a la masa gris del electorado, sino penetrar por la vía de las emociones. En corto, en este mundo veloz y gaseoso de hoy, en el que la política también es materia de marketing, el votante es un consumidor y se le atrae igual, como si las ideas fueran muebles o refrescos.
El segundo impacto fue uno de esos artículos de prensa preñados de posteridad. Cuestión de finales se llama, es de Enric González, lo publicó hace unos días El País, y es una continuación, o colofón, de otro de hace 16 años titulado Cuestión de principios. El veterano periodista, curtido en desencantos, mete a la prensa en la coctelera del mundo de hoy para concluir que el diario es un artefacto racional en un mundo irracional. Debe ofrecer hechos cuando los demás demandan emociones. Y cuando la brújula informativa se ha desplazado a las redes sociales. Dicho de otra manera, el riesgo hoy es que la producción informativa para consumo digital masivo acabe con aquello mejor del periodismo: una aventura para intentar comprender el mundo y mejorarlo.
Tengo un amigo de profesión, tan ácido y tan lúcido, tan joven y tan viejo, que dice que querer ser hoy un periodista de verdad es como intentar un debate sobre el Estado del Bienestar en un after a las siete de la mañana. Materia fuera de espacio y tiempo.
González dice que hoy un diario es, sobre todo, «un negocio ruinoso; secundariamente, un instrumento del poder. Y solo puede justificar en el servicio al lector su empeño en sobrevivir contra toda lógica».
La esperanza casi siempre es ir contra la lógica. Por eso seguimos aquí a las tantas de la noche un día y el de después. Por eso siguen llegando jóvenes a la redacción cargados de futuro en los ojos. Existen, además de la ruina, muchos riesgos, es verdad: envilecerse víctimas del consumo rápido y caer en manos del poder (la prensa de parte, algo que ya fue y que vuelve a sintonizar con este tiempo populista de desprecio del otro y defensa irreflexiva de lo propio). Pero quiero pensar (necesito pensar) que la esperanza tiene tanto poder como la lógica y que, mientras los diarios sigamos existiendo, la verdad no podrá ser privatizada. No es poco.
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