Algo personal

Kafka y las ITV

Alfons Cervera

Alfons Cervera

No sé si Kafka tenía coche. Seguramente no. Imagino que el sueldo escaso que cobraba como currante en el mundo de los seguros no se lo permitía. Lo que cuenta en sus libros es como si estuviera pasando ahora mismo y no a principios del siglo pasado. Un mundo que se afirma en lo inhumano, en la fragilidad a que te somete algo que se parece a la culpa, en la seguridad de que delante de lo que nos pasa hay una fuerza sobrenatural que nos condena a la exclusión. Contaba la realidad como si la realidad fuera un extravío de la razón. Si Kafka hubiera nacido en estos tiempos, habría podido escribir el mejor relato sobre la angustia que nunca hubiera imaginado. Ahora tendría coche, un pequeño utilitario en el que él y su amada Felice hacen excursiones los fines de semana. Y es el día en que tiene que pasar la ITV cuando empieza la pesadilla del joven Franz. El motivo de esa pesadilla: ya sólo se puede acceder a ese servicio con cita previa.

KAFKA Y LAS ITV

KAFKA Y LAS ITV / Alfons Cervera

Entra en internet para pedir esa cita. Imposible. Todo son empresas que lo dirigen a otras empresas y así hasta el infinito. Llama por teléfono y un robot le dice que espere, que lo atienden en unos instantes. Esos instantes son tan largos que le dan para escribir los primeros capítulos de El castillo y parte de En la colonia penitenciaria. Al final, un amigo que es un manitas en eso de los avances tecnológicos le abre una posibilidad: hay una ITV a cien kilómetros de su casa que tiene unas plazas libres al día siguiente. Hasta ese momento, la primera cita se la daban para un mes después. Así que allá que se va Kafka en el pequeño utilitario que aún conserva en su interior el perfume de su amor por Felice. Finalmente llega a su destino. Y lo que ve a partir de entonces le da para escribir entera La metamorfosis. La gente, mientras espera su turno, entra y sale de sus coches como si tuviera el baile de San Vito. Los nervios. Una tonelada de trankimazin en la guantera. Las caras amarillas. La sensación de que te has convertido en el insecto más insignificante del bestiario universal. Es como si en vez de esperar el veredicto que asegure un buen funcionamiento de su coche, estuvieran esperando en un hospital el resultado de un TAC o la más temida de las Resonancias. El joven Franz se arrima a un leve techado y piensa que ahora odia menos a su padre porque a quienes odia de verdad es a esos que han convertido la necesaria seguridad de los vehículos rodantes en un negocio insaciable. Y no sólo para las empresas privadas que chuparon del bote cuando las ITV se privatizaron. También para alimentar el choriceo político. Que se lo pregunten, si no, a Oriol Pujol y a Eduardo Zaplana. Que se lo pregunten.

Desde el techado en sombra, observa cómo los autos entran en el túnel para la inspección técnica. El especialista le dice al conductor que ponga la marcha atrás y en vez de poner la marcha atrás activa el freno de mano. Ahora que ponga el intermitente de la derecha y lo que hace es poner a correr el limpiaparabrisas. Cuando le toca poner las cuatro luces de posición se le va la mano y hace sonar el claxon como si estuviera enchufado el auto a una alarma de las que anuncian en la tele. Después le dice que encienda las luces larga y corta y lo que hace es poner en marcha la radio y sale por los altavoces la canción Me quedo contigo, de Los Chunguitos, una canción que al joven Franz le recuerda a su novia durante las refriegas amatorias en los asientos del pequeño utilitario. Sigue la otra refriega en el túnel del horror y el conductor ya no sabe si bajarse del coche y pedir que lo decapiten como al caballo de Deseo de ser piel roja o liarse a tiros con todo bicho viviente, como si fuera un alumno aventajado de una franquiciada Asociación Nacional del Rifle.

Ahora el servicio ha regresado a manos públicas. Como la cosa siga como pude comprobar el otro día, pronto habrá campaña para que vuelva a manos privadas. Me pregunto cómo se las apañan para concertar la cita previa quienes no saben manejar internet. Y cómo no nos convertimos en asesinos en serie cuando un robot nos dice, al otro lado de un teléfono inútil, que esperemos un minuto y ese minuto es más largo y más cruel que la derrota de Napoleón en Waterloo antes de Puigdemont y el grupo Abba. La tan cacareada Inteligencia Artificial te escribe una novela de mil páginas en un minuto, pero fracasaría estruendosamente si intentara conseguir cita previa para pasar la ITV. Cuando el otro día esperaba mi turno, era como si dos hileras de pobres escarabajos estuvieran esperando la peor noticia de sus vidas. Todos somos Kafka cuando llega la obligación de pasar la ITV de algún vehículo. Por cierto, que con cita previa y todo, tuve tiempo, antes de entrar en el túnel, de leerme las 141 páginas de El corazón de los Ponder, la magnífica novela de Eudora Welty, y casi las 1000 de sus Cuentos Completos. En fin.

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